En la feria de La Línea de 1931

La Velada y Fiestas de La Línea centraba en esos días la tertulia del gibraltareño Royal Hotel. Su propietario, Perea Attard, había realizado una reciente inversión para hacer más cómodo el establecimiento, donde destacaba una excelente cocina, a cargo de María, una sanroqueña, que manejaba como nadie los secretos de la más variada gastronomía.
El delicioso gazpacho andaluz era requerido por los clientes en el caluroso mes de julio de 1931, en pleno corazón de Gibraltar.
Manuel Rodríguez había adquirido algunos puros en la tabaquería calpense Colón, también conocida como República Española, desde que en abril se proclamara el nuevo régimen.
Se hallaba el comercio en el número 15 de la calle Real, la misma vía en la que se encontraba el Royal. Momento de lucimiento del vecino linense, pues en la tarde del día siguiente toreaba su ídolo, Marcial Lalanda. Su conocimiento del llamado «arte de Pepe Hillo» quedó patente mientras disfrutaba del cigarro, acompañado de una copa de jerez: Marqués del Mérito, propio para la ocasión.
De estreno iba con un traje adquirido en su localidad, en la sastrería de Eduardo Bernal, en el número 15 de la calle Sol. De la «ponencia» expuesta sobre las cualidades del torero madrileño se pasó a una abierta discusión, donde difícil era lograr un consenso.
El aficionado anticipó el triunfo de su ídolo antes de marcharse y mostró el deseo de ver a sus compañeros en las gradas del coso.
Sobre una plaza adornada de gallardetes con los colores republicanos, vio emocionado hacer el paseíllo a Lalanda, vistiendo un traje grosella y manzanilla. Sin embargo, la alegría duró poco. Como calificó la prensa los astados eran «seis bueyes ciegos del Conde de la Corte».
Decepción entre los espectadores y crítica en los medios: «¡Qué toros! Eso quisiera el ganadero que se les diera ese nombre. Unas cabras y basta. De ellos Villalta y solo Villalta. Chicuelo, nada y de Lalanda, no digamos más que lo que asomándose a la ventanilla del coche le dijo un chusco al marchar: “Adiós Marcial. Qué bien se torea en provincias. ¡Lástima de 18.000 pesetas!” ».
Pero la feria, por fortuna, no era solamente taurina. La afluencia de público fue numerosa. Trasiego de personas y de dinero que suponía una importante actividad económica, al mismo tiempo que festiva. No en vano era conocida como la «Salvaora».
Bien lo sabían los taxistas, incluso de fuera del municipio, como el sanroqueño Alfonso Tineo, que anunció a su distinguida clientela y al público en general, que en la parada de la Alameda de San Roque, se hallaba su vehículo, dispuesto durante los días de feria. Recordaba el taxista que contaba con la concesión de paso franco a Gibraltar.
Por su parte, el poeta sanroqueño Andrés Vázquez de Sola, había conseguido el primer premio del concurso de poesía convocado en la vecina ciudad con motivo de los festejos. Lo hizo con un soneto que tituló «La mujer linense». Composición que transcribo, para conocimiento de la historia festiva linense y satisfacción de su gente:
Hija de un beso del mar,
igual que Venus, naciste,
del vellón con que se viste
la ola hirviente al resbalar,
y como perla, al azar
en nuestras playas caíste,
a la sombra amada y triste
del peñón de Gibraltar.
Para completar la gloria
de tan limpia ejecutoria
faltaba una azul quimera,
¡y fuiste la musa fiel
que le dio vida al pincel
insigne de Cruz Herrera!