
Si en toda España hubo manifestaciones de júbilo, en el Campo de Gibraltar, y especialmente en el Peñón, la celebración rompió todos los moldes. Los aviadores del hidroavión Dornier Wall 16 estrellado en pleno océano Atlántico habían sido rescatados y llegaban sanos y salvos a Gibraltar. Entre ellos se encontraban dos de los pilotos del histórico vuelo del Plus Ultra, que en 1926 había logrado la proeza de unir Huelva con Buenos Aires. Ramón Franco y Ruiz de Alda eran enormemente populares, incluso a nivel internacional, principalmente el primero, hermano del general Francisco Franco, que unos años después habría de sublevarse contra el gobierno de la República, dando inicio a la guerra civil española.
El Dornier 16 había despegado desde Los Alcázares (Murcia) en la tarde del 21 de junio de 1929. Su destino era Nueva York y el objetivo el de batir un nuevo récord mundial de distancia en un vuelo de ida y vuelta. La tripulación estaba comandada por Ramón Franco y completada por los pilotos Ruiz de Alda y González-Gallarza, y el mecánico Modesto Madariaga.
El hidroavión no alcanzó la primera etapa prevista en las islas Azores, pues se precipitó al mar sin señal alguna. Una amplia operación de búsqueda fue puesta en marcha, participando buques de diferentes nacionalidades. Sin haber sufrido daños físicos, los miembros de la tripulación permanecieron ocho días a la deriva, alimentándose de los víveres que transportaba el aparato y bebiendo agua del motor.
Cuando el rastreo en el océano estaba a punto de ser suspendido, a las cuatro de la madrugada del sábado 29 el oficial de guardia Kilroy, perteneciente al portaaviones británico Eagle, observó a una distancia de veinte millas luces de bengala disparadas con pistolas. El buque reforzó la marcha para acortar distancia, pues el mar estaba picado. A dos millas arrió un bote en el que embarcaron el teniente, un contramaestre y dieciocho marineros, logrando rescatar a los militares españoles y remolcar el aparato, que fue izado hasta la cubierta de la nave.
El Eagle puso rumbo a Gibraltar, donde arribó en la mañana del 2 de julio. Algunas crónicas calculan que fueron en torno a las cuarenta mil personas las que se dieron cita en la colonia para ver y ovacionar a los pilotos. De ellas, unas veinte mil tuvieron acceso al arsenal y el resto se distribuyó por el recorrido que habría de tomar la comitiva. Aunque las alcaldías de La Línea y Algeciras habían hecho un llamamiento a sus respectivos ciudadanos para que se trasladaran a la colonia y sumarse al recibimiento, el caso había sido tan seguido y popular, que no quedaron coches de caballo, vehículos, autobuses y hasta camiones en las poblaciones cercanas que no hubiesen sido utilizados por las miles de personas que, uniéndose a sus vecinos gibraltareños, inundaron el Peñón.
El diario madrileño La Voz escribía que «la ciudad está engalanada, y a lo largo de la calle Real, de trecho en trecho, pendían de cuerdas, que cortaban la calle de una acera a otra, banderas españolas e inglesas». Y por su parte, la agencia Fabra: «la población de Gibraltar se ha echado a la calle en masa, y la alegría es general».
Veintiún cañonazos disparó el Eagle al cruzar la bocana del puerto. Como respuesta todos los barcos surtos en sus aguas izaron las banderas, formando la oficialidad y marinería en cubierta. Hasta el portaaviones subió la delegación española compuesta por el jefe del Departamento Naval de San Fernando, el gobernador militar del Campo de Gibraltar, el cónsul en la colonia y los alcaldes de La Línea, Algeciras, Cádiz y Málaga. Les acompañaba el almirante británico Curtis.
Dos embarcaciones a motor se encargaron de desplazar a los periodistas hasta el barco británico. Cuando subieron a bordo una banda de la Royal Navy interpretó la Marcha Real. Como portavoz de la nave el teniente Stefhen relató los pormenores del rescate. A continuación los informadores bajaron al cuarto de oficiales donde les esperaban los aviadores. En una masiva rueda informativa los protagonistas del suceso atendieron a las preguntas de los enviados especiales de diarios españoles y extranjeros. Fue Ramón Franco, como jefe de la expedición, el que se extendió sobre los detalles del accidente y las acciones de supervivencia tras el mismo. El aviador reconoció que el suceso se produjo por la falta de combustible. Las pruebas de consumo estimaron 180 litros hasta la primera etapa, pero en vuelo comprobaron que pasaba de los 200, declaró a la prensa. Lo cierto es que sobre las causas se especularía más tarde.
Posteriormente, los considerados como héroes bajaron del barco y ocuparon los autos dispuestos por el Almirantazgo, emprendiendo el camino hacia el Convento, residencia del gobernador Alexander Godley, quien les recibió efusivamente.
Después de la recepción, que duró una hora, los aviadores salieron a la terraza del Convento, donde saludaron a las miles de personas congregadas en la calle. Desde la sede del gobernador fueron trasladados hasta el consulado español y de inmediato cruzaron el paso fronterizo con destino a La Línea. Nada más pasar la aduana, en la Explanada linense, numerosas personas esperaban a los pilotos. Allí se había colocado un arco con el nombre de los cuatro tripulantes, y el saludo de la ciudad a los mismos. En el ayuntamiento se ofreció un vino y luego, tras pasar por San Roque, sin detenerse, la comitiva marchó hacia Algeciras, en cuya iglesia principal tuvo lugar un tedeum, para a continuación partir hacia el Hotel Reina Cristina, donde algunos familiares de los aviadores, entre ellos la esposa de Franco, esperaban ansiosos la llegada.
El gobierno español agradeció al británico la acción salvadora del Eagle, nave que, años más tarde, el 11 de agosto de 1942, en plena II Guerra Mundial, sería hundida por un submarino alemán, cuando daba escolta a un convoy desde Gibraltar a Malta.