
Casi cuatro años estuvo el general Baldomero Espartero como regente. El descontento contra su gobierno se puso de manifiesto mediante levantamientos en varios lugares del país, destacando el que tuvo lugar en Barcelona a finales de 1842. Pero fue en la ciudad de Málaga donde se produjo el inicio revolucionario que derrocó al Duque de la Victoria. El 23 de mayo de 1843 quedó constituida la Junta Revolucionaria en la capital malagueña y pronto envió emisarios al Campo de Gibraltar y a otros puntos de la serranía de Ronda.
Ramón de Mesonero Romanos estuvo en ese mes en Gibraltar, donde esperaba el paso del vapor Balear, que habría de llevarle a la costa de Málaga, donde desembarcó el día 25. El conocido y prestigioso cronista dejaría testimonio de lo que acontecía en la ciudad andaluza tras producirse el alzamiento, sin eludir su simpatía hacia el regente: «En la ocasión presente, como en otras anteriores, aquella meridional multitud, obedeciendo a su idiosincrasia, sentía la necesidad de alzarse contra alguien porque sí, y entonces este alguien le tocaba serlo al general Espartero, al mismo a quien tres años antes había aclamado frenéticamente».
Espartero se vio obligado a abandonar España y a bordo del barco de guerra británico Malabar se trasladó a Inglaterra. Con su salida se inició una nueva etapa que ha pasado a la historia española como la «década moderada», en la que la nación fue gobernada por grupos aparentemente liberales, pero reaccionarios en esencia. Habría represalias contra el pueblo y los personajes políticos más progresistas, que se opondrían a la implantación de la Constitución de 1845 que, en definitiva, significaba enterrar lo que quedaba de aquella mítica de 1812.
Desde Gibraltar se vivió muy de cerca el pronunciamiento que había acabado con la regencia del Duque de la Victoria. En la comarca ostentaba el mando el barón de Carondolet, quien tenía como ayudante al brigadier Antonio Ordóñez. Carondolet era un convencido esparterista y estaba dispuesto a hacer frente al movimiento opositor. Creyendo controlada su zona de mando se trasladó a la serranía rondeña para auxiliar a las fuerzas leales, ocasión que aprovechó su ayudante para unirse a la rebelión.
Con gran dolor el barón recibió la noticia de la traición del brigadier, quien sumó a las distintas poblaciones comarcanas a la revuelta. Para colmo la fragata Las Cortes, fondeada en Puente Mayorga, se unió a los rebeldes.
Carondelet se desplazó a San Roque, sin poder tomarla, al unirse la mayor parte de las fuerzas atacantes a los pronunciados.
El que hasta ese momento había sido comandante militar hubo de pasar a Cádiz, ciudad que había permanecido fiel a Espartero, lo que daba a la Junta de Algeciras carácter provincial. En esta localidad el jefe de la Milicia Nacional, Carlos Carvallo, partidario de Espartero, logró refugiarse en el Peñón.
También se refugiaron en Gibraltar, entre otros, el general Agustín Nogueras; los coroneles Salvador Valdés y Ramón Conti; el diputado provincial por Los Barrios, José González de la Vega (a quien sus oponentes políticos, con toda maldad, llamaban Conchita), y el administrador de Correos de San Roque, Jacinto Guerrero.
Dada la situación estratégica de San Roque, los movimientos provenientes de Gibraltar eran especialmente vigilados. A Lutgardo López Aldana, capitán de granaderos se nombró administrador de correos, asignándosele a Manuel Blasco con la exclusiva competencia de intervenir la correspondencia del primer y segundo cónsul de España en la colonia, leales al regente, así como los envíos de varios periódicos de tendencia progresista, oportunidad para detener a sus destinatarios.
Lutgardo López que había sido miembro de corporaciones liberales tenía el don de adaptarse a cualquier situación política, y se prestó con gusto a estos manejos. Al poco se denunció al hijo del anterior jefe de correos, acusándole de salir a los caminos para recoger la correspondencia del primer cónsul y evitar la intervención de la misma. Como primera medida se ordenó la expulsión de la ciudad del joven, al que se intentó sorprender, sin éxito, en plena actuación.
Lo cierto es que la buena relación que mantenía Carondelet con el gobernador de Gibraltar sir Robert Thomas Wilson, había tenido su peso para que éste mantuviese una posición de acogida hacia quienes solicitaban asilo político, pero esa actitud cambió completamente cuando fue destituido el cónsul Valentín Llamas por Antonio Estéfani, quien después de someter a vigilancia a cada uno de los refugiados, acordó con Wilson la expulsión de todos ellos, a excepción de los coroneles Conti y Valdés por razón de amistad con el gobernador. Hasta que la reina Isabel II no ordenara una amnistía política en el año 1846, la mayoría de los esparteristas, perdido el amparo de las autoridades británicas del Peñón, pasaron enormes dificultades, teniendo que buscar refugio fuera de la península. Un siglo XIX convulso, que en el Campo de Gibraltar se vivió intensamente, con la colonia británica como testigo.