
Una vez firmado en Versalles (3 de septiembre de 1783) el tratado que, entre otras obligaciones, suponía el reconocimiento oficial de la devolución a España de la isla de Menorca, ocupada por Gran Bretaña durante la Guerra de Sucesión, se daba por finalizado también el último sitio a Gibraltar. Volvía la paz a la comarca. Francisco María Montero, señala que, apenas firmados los preliminares del tratado (3 de febrero) se comunicaron las órdenes para suspender las hostilidades y «volvió a reinar la paz en los hogares en que había ardido la guerra. El Duque de Crillón tuvo una entrevista con el general Elliot en el espacio que existe entre nuestras obras y la plaza, o sea en el rastrillo hoy de la Laguna, y mediaron entre ellos muchas y recíprocas atenciones». Sobre este encuentro entre los máximos responsables militares de ambos bandos, continúa afirmando que Elliot, acompañado del mayor Green y otros ayudantes, hizo a Crillón una visita, comió en San Roque y revisó en su compañía el campamento militar.
Continuaron los agasajos mutuos, con la devolución de la cortesía por el duque yendo a Gibraltar, mientras por parte del pueblo se celebraba el final de una guerra, aunque, al mismo tiempo, se lamentaba de lo infructuoso que había resultado tanta sangre derramada para terminar como en un principio estaba. En San Roque hubo quien no vio con buenos ojos tanto agasajo al inglés, y que el Peñón quedase fuera del tratado. Cercana estaba la llegada de cadáveres y de heridos a la ciudad. Hacía tan solo un año que el pueblo vio pasar, con todos los honores, el cadáver del coronel y poeta José Cadalso, y esas escenas no se olvidaban fácilmente.
Después de aquella guerra, España continuaba anhelando la recuperación de la plaza, y una nueva tentativa, si bien con resultado negativo, se realizó antes de terminar los postreros años de aquel siglo. Al pactar Manuel Godoy en San Ildefonso, el 18 de agosto de 1796, las bases de la alianza franco-española, llegó a ofrecer a Francia La Luisiana a cambio de obtener su incondicional apoyo para lograr de los británicos la restitución de Gibraltar. Pero no se logró esa pretensión al perderse aquella posesión en América.
Como consecuencia del pacto España tuvo que declarar la guerra a Gran Bretaña, dando lugar a varios combates navales en la Bahía de Algeciras. En ellos, por su gravedad, merece reseñarse el que costó a la escuadra española el hundimiento de dos navíos y la pérdida de 2.600 hombres. En una oscura noche salió de Gibraltar una fragata británica que se colocó a retaguardia de la flota aliada. Ya en la embocadura del Estrecho, se interpuso hábilmente entre los navíos San Hermenegildo y Real Carlos, mandados por Manuel Emparán y José Esquerra respectivamente, descargando sus dos baterías de babor y estribor, huyendo después con la mayor velocidad. Los navíos afectados, trataron de repeler el ataque y se destrozaron ingenua y lamentablemente, entre sí.
Todavía en el invierno de 1804 se produjo el suceso al que ya me referí en el artículo El extraño caso del Incógnito, el complot urdido por Godoy que puede considerarse el último intento bélico para recuperar la plaza perdida en 1704.
En cualquier caso, una realidad quedaba absolutamente clara, después del último de los sitios, como apuntaba Montero, Gibraltar restañó pronto las heridas y prosperó, no así el Campo, que vio agravada su situación con las incursiones, años más tarde, de los franceses.
La invasión napoleónica, las nuevas ideas surgidas de la Revolución francesa, los saqueos, la obligada militarización de los jóvenes para luchar contra los ingleses, primero, y los franceses, después, propició la configuración de un ambiente social en el Campo, en el que abundaban personajes singulares: guerrilleros, bandoleros, contrabandistas, rebeldes políticos, huidos o refugiados. Un escenario del que no sólo no se podía desgajar Gibraltar, sino que era parte fundamental del mismo. Una historia apasionante de nombres conocidos, de algunos olvidados y, de otros muchos, completamente desconocidos.