
Aunque la forma de vestir era dictada muchas veces por los poderes, a partir de 1814, en San Roque dominó más la moda inglesa que la francesa, tal vez como una manifestación política de rechazo a quienes habían destrozado el pueblo, y reconocimiento a los, antes enconados enemigos, y ahora «generosos» aliados. El caso es que se adquirió popularmente el capote inglés, y lo mismo ocurrió, aunque con menor incidencia, en otras poblaciones de la comarca. Quizá porque ya era popular el dicho de que «buena capa, todo tapa».
Ramón Solís afirma que en aquellos días «el vestido no escapa a la política». Mientras muchos aceptaban y acogían las nuevas modas, otros se enfrentaban a ella haciendo gala de nacionalismo, mantenían la moda de finales del siglo XVIII, o intentaban, incluso, reivindicar el traje del XVI. La moda a la extranjera era, fundamentalmente, «a la inglesa», siendola tenida como más liberal. La clase pudiente vestía con sombrero de copa y pantalón largo, y popularmente se le denominaba como «vestido a lo filósofo». Desde hacía algunos años se vivía un radical enfrentamiento en el vestir. A principios de siglo tenía vigencia el bando del gobernador de Cádiz Foudeviela contrario al «traje jacobino». No hay que perder de vista que Cádiz era centro del liberalismo y una de las ciudades más importantes de Europa, donde la moda tenía especial incidencia.
En su bando el mandatario ordenaba «que ninguna persona, de cualquier estado o calidad fuese vista con surtú largo hasta los pies, calzón llamado pantalón; que no se use sombrero de copa alta, moños en los zapatos ni en los calzones, pañuelo ni corbata de color al cuello, doble vuelta en los chalecos, bastón, caña o palo que exceda del grueso común ni más corto de a vara, y de ninguna otra moda o distintivo que les señale o diferencie de los demás vasallos, vecinos y extranjeros transeúntes, según sus clases».
Añadía Solís que ello, «concuerda con el traje que más tarde, si bien con algunas variantes, había de imponerse en la ciudad y después en toda España». En otras palabras, que el famoso bando vino a servir de figurín o modelo en el que se inspiraron los sastres para vestir a los españoles.
Por su parte, las mujeres salían a la calle con basquiña, cuyo nombre era el de saya, mantilla y jubón, conocido este último con la palabra corpiño.
Con todo, no sería fácil establecer ningún criterio de fijeza o uniformidad. Las calles del Campo de Gibraltar debieron ser un muestrario permanente, pues a las lógicas diferencias en la vestimenta entre los hacendados y los braceros, que se habían acomodado a los pantalones en sustitución de los calzones, más por comodidad que por elegancia, se unían las novedosa aportaciones de viajeros extranjeros de paso hacia Gibraltar, los coloridos chillones de los uniformes militares, tan variados como vistosos, o los rebuscados adornos de los bandoleros serranos o prósperos contrabandistas que no disimulaban sus riquezas, sino que, por el contrario, trataban siempre de mostrarla e, incluso, aumentarla en apariencia.
La vestimenta del bandolero se hizo notar especialmente en Gibraltar, donde se hallaban sus contactos, pues con absoluto descaro se solían pasear por la calle Real, incorporando su especial forma de vestir a la vida gibraltareña.
George Garrow escribiría: «el hilo níveo realmente constituye la principal característica del bandido español. No llevan ninguna clase de chaqueta encima de la camisa, cuyas mangas son amplias y sueltas. Sólo un chaleco de seda azul o verde con abundante botonadura de plata, que sirve más de lucimiento que de utilidad alguna, pues rara vez lo llevan abrochado. Luego, holgados pantalones, un poco a la moda turca; ciñendo la cintura una faja escarlata y, alrededor de la cabeza, llevan ceñido un pañuelo de colorines, ligeros escarpines y medias de seda completan el atavío del bandido. Este vestido es pintoresco y muy apto para el clima cálido de la Península; sin embargo, hay un aire de afeminamiento».
Por supuesto que hay otras descripciones, generalmente de viajeros ingleses, que se empeñaron en generalizar la imagen del bandolero desde el análisis o la contemplación del único que tuvieron la oportunidad de ver. Esta vestimenta descrita no se corresponde con lo general, pero sí que puede servir para situarse en la rica diversidad en el vestir, al menos en cuanto a los colores, que, de alguna forma, alegraba las calles del Campo de Gibraltar.
Bien distinto era el panorama del último tramo del siglo anterior, tal como demuestra el mandato del corregidor Miguel Antonio Bernabeu, que en 1789, «recomendaba» a los capitulares sanroqueños la ropa que habrían de lucir con motivo de la proclamación de Carlos IV: «casaca y calzón de seda negro liso, chupa y vuelta de tela, fondo de plata con bordado de realce de oro uniforme, sombrero llano, esto es sin galón con escarapela negra, media de seda blanca y guantes finos del mismo color, el aderezo de los caballos, en la forma que cada cual pueda proporcionarlo de mayor lucimiento, con pistolas de arzón, el encintado del color que a cada uno le acomode y convenga a su aderezo, freno sin plata ni oro en las cintas, ni tampoco se usará redes o mosquiteras para los caballos».
Semanas más tarde -las fiestas por la proclamación ocuparon diferentes meses en ciudades y pueblos-, en el mes de mayo, apercibiéndose el corregidor, que aquel acto tendría lugar en verano, modificó la orden, permitiendo que los ediles no vistiesen el terciopelo, como estaba dispuesto, cambiándose el «género», por otro similar de tafetán, tercianela u otro semejante de seda liso; pero eso sí, negro.