
Aunque no es una investigación nueva -su autor ya hizo pública diferentes ponencias sobre ello-, el libro del historiador linense José Beneroso Santos Franco en Gibraltar, marzo de 1935, viene a arrojar nueva luz sobre el papel de Gibraltar durante la última guerra civil española. Para quienes hemos abordado esta cuestión (ver en este medio el artículo «El papel de Gibraltar durante la guerra civil española») viene a confirmar una realidad, lejos de la idealización que tanto en Gibraltar como en círculos españoles ha predominado. La verdad no dejará satisfechos a todos, pero es la verdad, y como tal hay que asumirla.
Leyendo la reveladora obra de Beneroso puede apreciarse los estrechos lazos de la oligarquía económica española y gibraltareña, fundamental para el pacto contra el gobierno legítimo republicano. A lo largo de sus páginas se da cuenta del cúmulo de intereses de índole militar, político y económico, que, a su vez, situaban a Gran Bretaña como colaboradora esencial de los militares rebeldes, teniendo a Gibraltar como pilar imprescindible.
La visita del general Franco a la ciudad el 8 de marzo de 1935 tenía como objeto obtener los apoyos necesarios para el golpe de estado y, probablemente, en caso de fracaso, obtener refugio en la colonia. Con el apoyo económico del potentado español Juan March, el futuro dictador encontró «puertas abiertas» cuando se trasladó a Gibraltar junto al coronel Luis Martín-Pinillos y otros conspiradores. Si de este lado el empresario balear (con importantes propiedades en la comarca) era el valedor de Franco, tras la frontera le esperaba con los brazos abiertos el gobernador Charles Carrington y el representante de los comerciantes gibraltareños Lionel Imossi, que no tardaría en hacerse colaborador de los servicios de inteligencia del bando franquista. Imossi se encargó de promover el apoyo de las grandes petroleras para el aprovisionamiento a los rebeldes y de la entrega de dinero a fondo perdido, al mismo tiempo que negaba el carboneo de la escuadra gubernamental.
En esa colaboración acordada en la reunión mantenida en el gibraltareño Rock Hotel, se pudo incluir la retirada de las unidades de la Royal Navy (puso rumbo a Malta) para facilitar el tránsito desde Marruecos de las fuerzas golpistas y la utilización del sistema de comunicación militar del Peñón por parte del general monárquico Kindelán, lo que le permitió a éste comunicarse con Lisboa, Roma y Berlín en las primeras fases del alzamiento. Incluso se autorizó un consulado paralelo al del gobierno legítimo de la República.
A través de la frontera gibraltareña se incorporaron al ejército sublevado oficiales italianos y mecánicos de esa nacionalidad, que llegaban hasta el puerto de la colonia en barcos de su país, y que contaban con la logística británica. Son algunos ejemplos, de los muchos que viene a ilustrar, no un episodio aislado, como a veces se ha querido mostrar, sino un capítulo imprescindible para que el golpe, encaminado a guerra civil, pudiera salir victorioso.
Posteriormente, Gran Bretaña se convertiría en protectora del régimen franquista cuando Stalin exigió derribar a Franco. «Siempre consideré que España, cuando los desembarcos en el norte de África, prestó un destacado servicio a Gran Bretaña y a los aliados», escribió el primer ministro británico Winston Churchill, refiriéndose a cómo Franco miró para otro lado cuando se construía el aeropuerto del Peñón y durante la II Guerra Mundial se estacionaban centenares de aviones con destino a la operación Torch.
Pero ¿fueron sólo los británicos y la clase pudiente local, los Imossi, Russo, Benain o Salama, la que se volcó con Franco? En trabajos anteriores he aludido a la clara simpatía de la sociedad gibraltareña, con los rebeldes y el sentimiento antirrepublicano de la misma. Ya no es nueva (el profesor inglés Gareth Stockey lo mencionó), y así lo he reflejado, la existencia de dos organizaciones fascistas creadas en Gibraltar, y que respectivamente lideraban Humberto Figueras y Luis Bertuchi. La Unión Fascista de Gibraltar, dirigida por Bertuchi era una gran admiradora de Mussolini, aunque tuvo más peso el grupo de Figueras, identificado con Falange Española (el partido fascista español). Ambas organizaciones, compuestas mayoritariamente por vecinos de la clase media y baja, participaban de los actos organizados por la Falange en La Línea o la Legión Cóndor en San Roque, donde los alemanes tenían a su cargo la Academia de Sargentos Provisionales. En esta ciudad, donde la mayor parte de la población había huido hacia zona republicana o permanecía oculta, los desfiles en la Alameda eran seguidos por centenares de gibraltareños.
Los fascistas gibraltareños en colaboración con la policía practicaban detenciones de refugiados que luego entregaban a la Falange de La Línea. Nadie puede negar que gracias a su paso a Gibraltar salvaran la vida numerosas personas, pero es evidente que no recibieron el mismo trato. Los republicanos constituyeron pronto un grave problema para las autoridades, que por el contrario, favorecieron al reducido número del bando rebelde (ya me referí al caso de la familia sanroqueña de Castilla del Pino, alojada en la sede del gobernador), o a los oficiales del cuartel de La Línea tomado por la tropa. O al escandaloso caso del destructor José Luis Díez. Tal como tengo perfectamente documentado, muchos vecinos de Puente Mayorga, ocuparon los pontones cercanos al puerto, desde donde eran hostigados por las embarcaciones del Peñón.
Esa euforia a favor del bando franquista se plasmó en la propia prensa, que pasó de llamar «rebeldes» a los sublevados a titularlos como «nacionales». Y del lógico soldados «gubernamentales», respecto del ejército leal, en las primeras informaciones, a simple y llanamente tildarlos de «rojos», poco después.
Fueron los sindicalistas más concienciados y la masonería local, en el caso de sus hermanos masones de la comarca, los que prestaron ayuda a los huidos. En muchos casos ocultando en sus propias casas a quienes corrían riesgo de detención. Pero hoy sabemos que fue una minoría dentro de una sociedad que anhelaba por todos los medios la victoria del general Franco.
Con todo, queda mucho por conocer. Un colega gibraltareño me relató cómo fueron destruidos los archivos policiales de la época, quedando en Gibraltar poca documentación referida a los refugiados. No obstante, libros como el de Beneroso Santos, supone un esfuerzo de gran valor, que debería servir para abrir nuevas vías. Como señala el autor de Franco en Gibraltar, marzo de 1935, «la hipocresía mostrada por los gobiernos británicos y las autoridades gibraltareñas en el tema de la Guerra Civil española es evidente y no sólo ha confundido y engañado durante años a la ciudadanía española sino que también y de forma manifiesta a sus propios conciudadanos».