
Era un empeño de ambas ciudades hermanas que, por su efecto beneficioso para Gibraltar, era también deseada por los gibraltareños. San Roque y La Línea hacían causa común, como en otras ocasiones había ocurrido, y exigían la carretera que comunicara a las dos ciudades.
En 1883 el diputado provincial Juan Muñoz por el distrito había logrado consignar en los presupuestos la construcción de parte de la carretera hasta el denominado Campo Neutral, a las mismas puertas de la colonia. Posteriormente, el diputado provincial sanroqueño, Francisco Vicente Montero Riera, ya en 1885, promovió la reconstrucción de dicha carretera en algunos de sus tramos, lo que vino a demostrar que las obras anteriores no fueron muy consistentes.
El enfado de los dos ayuntamientos iba en aumento, pues no sólo aludían a dicha vía, sino a las penosas comunicaciones con la provincia de Málaga, de la que la comarca es limítrofe. En este sentido, el Consistorio sanroqueño, a través de una propuesta de los regidores Andrés José Cano y Francisco Emilio Rendón acordó dirigirse al Ministerio de Fomento, sin contar con los parlamentarios de la zona, a los que se criticaba abiertamente: «hasta la presente nada han hecho a favor de esta decaída ciudad para que en un plazo breve se saque a subasta el trozo de la carretera general que ha de unir esta provincia con la de Málaga en sus dos últimas secciones que faltan por construir, que son de Guadiaro a esta dicha ciudad y de aquí a Algeciras».
San Roque pedía mejorar la situación de la comarca, recordando la falta de puentes, caminos y muelles, aludiendo al agravio que sufrían las poblaciones ante la vecina Gibraltar, «lugar visitado por los más elevados personajes del mundo, y hasta por reyes y príncipes que, enseguida vienen a España a dar paseos, llevándose como es consiguiente, la impresión más desconsoladora». Los políticos linenses suscribían, sin fisuras, los planteamientos de las autoridades municipales de San Roque. La oportunidad se presentaría algunos años después
El 4 de marzo de 1909, a la una de la tarde, tenía lugar una sesión municipal extraordinaria de los munícipes sanroqueños. Dada la premura de la convocatoria, junto al alcalde accidental Alfonso Borrego López, tan sólo asistieron los concejales Alberto Vázquez Cano, Francisco María Montero de Sola y el republicano Leocadio Salas González.
Borrego dio cuenta de la inmediata visita a la ciudad del rey Alfonso XIII, prevista para el día 6. Leocadio Salas intervino para señalar que entendía que la noticia no era oficial, y que no procedía haber convocado el pleno. Sin embargo, el alcalde señaló que la información procedía de Algeciras y verbalmente del gobernador militar de la plaza, por lo que sí tenía carácter oficial. Montero de Sola y Vázquez Cano apoyaron al alcalde en cuanto a todas las iniciativas que podían adoptarse con motivo de la regia presencia.
El edil republicano se mostró contrario a los gastos que ocasionaría la visita, y que «no debían ni podían costearse con los fondos municipales», añadiendo que se podía incurrir «en una situación desairada y ridícula» con los festejos que se proyectaban. Acto seguido se retiró del salón, mostrando su protesta.
A partir de entonces, y por unanimidad, se acordó que el día fijado para su llegada a la ciudad, el Consistorio le recibiese bajo mazas y con el histórico Pendón de Gibraltar.
Del mismo modo, que se hiciese público un bando para que los vecinos engalanasen las fachadas de sus viviendas, y que se levantase un arco con la leyenda «¡Viva el Rey D. Alfonso XIII!». Finalmente, se decidió el reparto entre los pobres de 200 libras de pan. La totalidad de los gastos serían sufragados del capítulo de imprevistos del presupuesto municipal.
Al periódico local Vox Populi correspondería recoger en sus páginas la visita real de Alfonso XIII que, finalmente, se produjo el 7 de marzo de 1909. A toda plana, el día siguiente el semanario recogía detallada información: «en la carretera que une al pueblo con la Estación de ferrocarril se situaron con bastante anticipación parejas de Carabineros de caballería que la recorrían incesantemente. El gentío invadía el paseo de la Alameda y calles afluentes, y desde el camino de la Estación pudimos admirar el magnífico golpe de vista que ofrecía el paseo por el lado sur, con la inmensa muralla de cuerpos humanos que se apretaban cada vez más ansiosos de contemplar desde allí la regia comitiva». Tras la bienvenida y la visita a las instalaciones militares, el monarca subió a caballo hasta la Plaza de Armas, visitando la iglesia y el Ayuntamiento.
En la meseta de la escalera de la Casa Consistorial un grupo de señoritas esperaba al rey. Nada más llegar a este punto, todas se adelantaron para hacerle entrega de un mensaje, «en nombre del pueblo de San Roque». Se trataba de Mary y Elisa Scott Glendonwyn, De Sola, Rosa Blanca, Luz Sánchez, Ana María Beaty y Rosa Villalta Tubino. Y el mensaje, la petición de que se construyese la carretera desde la ciudad hasta la de La Línea. En el transcurso de la copa ofrecida en el salón de sesiones, Alfonso XIII comentaría, con buen humor, que si el ministro de Fomento no concedía la mencionada carretera, habría que matarlo.
Al año siguiente el Plan General de Carreteras del Estado, incluyó la comunicación de San Roque con La Línea, llegando hasta la Estación férrea. No sería una realidad inmediata, pero en ambas ciudades se comentó que el rey había hecho más caso a unas jóvenes que le abordaron, que a los propios políticos.