
El año anterior a la aprobación de la nueva Constitución en Gibraltar y el cierre de la verja sería decisivo para el triunfo de las tesis españolas en torno al contencioso.
El desencuentro entre los gobiernos de Reino Unido y España se hacía cada vez más patente, y se manifestaba en notas diplomáticas y en la prensa de ambos países. Preludio de lo que habría de suceder al año siguiente fue el cierre del puesto de Policía y control de La Línea. A partir del 6 de mayo sólo podría ser franqueado por los trabajadores en el Peñón y por los gibraltareños que lo solicitaran del gobernador militar del Campo de Gibraltar.
En el mes de diciembre de 1968 veinticuatro estados miembros de Naciones Unidas presentaron un proyecto de resolución lamentando el incumplimiento británico de la descolonización de Gibraltar, e instando a que el proceso no se dilatase más allá del 1 de octubre de 1969.
El día 16 diciembre la propuesta fue discutida y votada en la Cuarta Comisión, encargada de los procesos de descolonización. Con 66 votos a favor, 18 en contra, 31 abstenciones y 11 ausencias, Naciones Unidas aprobó la resolución que emplazaba a Gran Bretaña a poner término a su presencia en la colonia y a la reintegración del territorio al Estado español, sin lesionar los intereses de sus habitantes. Para ello se establecía la fecha señalada en la propuesta. Sabiendo perdida la votación el delegado británico sostuvo que el proyecto era inaceptable para su país.
El Gobierno español, no sin controversias internas, había cumplido los mandatos para descolonizar territorios bajo su dominio. La independencia de Guinea Ecuatorial se hizo efectiva el 12 de octubre de 1968. Del mismo modo, en junio de 1969, el embajador Piniés entregó una carta al secretario general del organismo internacional U Thant, donde se indicaba que tras la negociación con el gobierno de Marruecos, había sido firmado el tratado por el que se llevaba a cabo la retrocesión de Ifni al país norteafricano. Proceso que culminó a finales del mismo mes. Quedaría el Sáhara Occidental, que tras el penoso abandono de España en 1975, continúa pendiente de ejecución.
Aunque la actitud de Estados Unidos era oficialmente la de neutralidad –se abstuvo en la votación referida–, era evidente que la tradicional amistad con los ingleses, le situaba en una situación incómoda, bases militares en territorio español por medio. En enero de 1968 dieciocho buques de la VI Flota norteamericana, desplegada en el Mediterráneo, llegaba a aguas de Gibraltar. El embajador de España en Estados Unidos pidió aclaraciones a la Secretaría de Estado estadounidense. Aunque quedaba claro lo inoportuno de la visita, Washington restó importancia a la misma, asegurando que no había ninguna intencionalidad política.
La prensa madrileña, controlada por el régimen, desplegó una campaña contra esta escala naval, siendo contestada meses más tarde por el diario británico editado en Madrid Spanish Daily News, a propósito de la presencia de buques de guerra españoles en aguas que consideraba del Peñón. Los navíos fondeados eran las corbetas Nautilus y Diana, y el minador Segura. El diario señalaba que los barcos habían ignorado las advertencias de la Royal Navy.
El conflicto no dejaba de ser una caja de sorpresas. En febrero, un inesperado aliado surgió durante el debate de la Cámara de los Lores, donde se trató sobre el contencioso. Lord Moyniham pidió una solución negociada y se alineó con la postura española, declarando que pertenecía a una generación que no se dejaba llevar por las emociones imperiales, porque «el Imperio había desaparecido». En la misma línea pero de manera más discreta se manifestó Lord Mowbray. Posicionamientos que contrastaban con el de la amplia mayoría de sus compañeros parlamentarios.
En ese mismo mes España rechazó cualquier negociación con Gran Bretaña que no se basara en las resoluciones de la ONU. Pero Londres no estaba por la labor y anteponía los deseos de la población y, por supuesto –aunque no lo reconocía oficialmente– el extraordinario punto estratégico que suponía el Peñón en plena Guerra Fría.
Aunque Gran Bretaña argumentaba la característica especial de Gibraltar, para que tuviese una consideración distinta a la colonial, lo cierto es que la población no había conseguido un estatus de igualdad. Bien lo sabían los sindicalistas locales en lucha por la equidad de los trabajadores gibraltareños respecto de los británicos. Y del mismo modo comunidades como la hindú tenían un tratamiento discriminatorio. Así, cuando en junio de 1968, el secretario de Colonias Thompson visitó la ciudad, se encontró con la reivindicación de esa población, para que se le concediera a sus miembros el reconocimiento como gibraltareños. Las restricciones impuestas llegaban a la renovación periódica de los permisos de residencia y a la limitación de actividades comerciales a los tradicionales bazares.
Nada escapaba a la cuestión que acaparaba la atención en España, hábilmente utilizada por los medios oficiales. Pudieran parecer meras anécdotas, pero eran síntomas de la manifiesta hostilidad entre los gobiernos de ambos países. En noviembre de ese año, la representante española a Miss Mundo, la valenciana María Amparo Rodrigo, se retiró del concurso por unas supuestas declaraciones de la participante gibraltareña Sandra Sanguinetti, contrarias a España, que ésta negó. Por su parte, el bailaor Paco Alba suspendió sus actuaciones en el Peñón. Y para más morbo, en el mes de mayo, tuvo lugar en el Regimiento Extremadura número 15, en Algeciras, un consejo de guerra contra Peter Lightowler, marino de un submarino inglés. Estaba acusado de agredir a un guardia civil y para el que el fiscal solicitaba la pena de seis años y un día de prisión. Defendido por el abogado civil Antonio Ramos Argüelles, fue condenado a ocho meses de prisión. Y, cómo no, el fútbol, con esa carga de pasión, traspasó la pugna esencialmente deportiva. El 8 de mayo se enfrentaron las selecciones de España e Inglaterra en el Santiago Bernabéu, en cuartos de final de la Eurocopa. Los hispanos eran los campeones de Europa y los ingleses del Mundo. Vencieron los últimos y ahí acabó la euforia y la oportunidad de revalidar el título. Quedaba el consuelo de la victoria, el mes anterior, de la cantante Massiel en el certamen de Eurovisión. Nada más y nada menos que en el mismo Londres.