Opiniones sobre un personaje controvertido

No dejó indiferente a quienes le conocieron o simplemente siguieron los debates de las Cortes en las galerías destinadas al público. Vicente Terrero polemizó en el escaño, en las comisiones y en los pasillos del Congreso, instalado en Cádiz bajo el asedio francés.
Algunos le criticaron por su proximidad al republicanismo, mientras que otros lo hacían por sus posiciones intransigentes en materia religiosa, aunque fue contrario al privilegio eclesial del Voto de Santiago.
Otro sector reconoció sus posiciones en contra de los poderosos que buscaban posiciones de privilegio para no combatir, su defensa de la libertad de prensa, sus posicionamientos contra la esclavitud, el racismo y la tortura; su defensa de la soberanía nacional, su apuesta por la transparencia en los contratos de la Real Hacienda, su denuncia de las situaciones inhumanas de las cárceles, su decido discurso para prohibir la venta de los montes propios y los baldíos, y su indiscutible alineación contraria a los señoríos.
No, no dejó indiferente a nadie, tampoco a escritores de distinta época, de los que aquí se ofrece una muestra.
Ramón Solís en su obra El Cádiz de las Cortes señala que “el sacerdote es en aquellas Cortes el más fiel representante del pueblo, y son los párrocos pueblerinos, como el cura de Algeciras (Terrero), los que más preocupación sienten por las clases humildes”.
En este sentido, afirma que, “gozaba también de gran popularidad, no, como dice Galdós en su Episodio Nacional Cádiz, porque con su ceceo andaluz y con su ingenio tuvo a cargo la parte irónica de la Asamblea”.
Antonio Alcalá Galiano en Memorias de un anciano, alude a Terrero, indicando que había manifestado “expresiones favorables a la intolerancia religiosa llevada al mayor extremo”.
José María García León, (En torno a las Cortes de Cádiz) lo califica de “siempre controvertido y algo extravagante”. Añadiendo que “en el debate sobre el principio de soberanía nacional, dentro de los postulados del padre Mariana, defendió la potestad del legislativo basándose en lo más rebuscado de la tradición española, sosteniendo que la autoridad de la nación es superar a la del Rey, pidiendo además que la Jefatura del Estado estuviese estrictamente tutelada por el Parlamento”.
Del mismo modo, señala que, “en el debate sobre la apropiación por parte del estado de los bienes de la Iglesia pidió el reconocimiento de ésta por la propiedad privada”.
Por otro lado: “se mostró firme partidario del decreto sobre la libertad de la imprenta presentado por Argüelles el 8 de octubre de 1810, y fue uno de los que intervino pidiendo el arresto del marqués del Palacio, por no estar de acuerdo con su forma de juramento al ser nombrado regente”.
Posteriormente, en pleno debate constitucional al proponer el diputado Castelló, durante la discusión del artículo 15, que “la potestad de hacer las leyes reside en las Cortes con el Rey”, Terrero se opuso de manera tajante.
El campogibraltareño puso especial énfasis en que se suprimiera “con el Rey”, para dejar clara la independencia del poder legislativo. “Si se aprueba como se halla el artículo, se desaprueba consiguientemente el de la Soberanía nacional”, manifestó.
García León, afirma que “era un liberal radical en política con algunas inclinaciones, incluso, de matiz republicano y que habló de cortar cabezas de las testas coronadas, mientras que en religión se manifestaba con cierta intransigencia”.
Juan Rico y Amat, (El libro de los diputados y senadores), escribe de Terrero: “Estuvo consagrado casi únicamente en su juventud al estudio de la Historia Sagrada, plagaba sus peroraciones con oportunidad o sin ella, de citas del Antiguo Testamento, de bíblicas comparaciones y de máximas de los Santos Padres. Con dificultad se hallará un solo discurso suyo en que no se vea mezclado lo sagrado con lo profano, en que no tratase de probar con algún texto del Evangelio la participación de las proposiciones que presentaba”.
Rafael Comenge (Antología de las Cortes de Cádiz): “Estrafalario, especie de jándalo revolucionario, entre arriero y demagogo, republicano, déspota teocrático, que citaba el latín con el dulce ceceo de los andaluces”.
Marcelino Menéndez Pelayo, (Historia de los Heterodoxos Españoles): “Estrafalario y violento, que por lo desmandado de sus ideas políticas, que frisaban con el más furibundo y desgreñado republicanismo y por lo raro y familiar, unido a lo violento de sus gestos y ademanes y al ceceo andaluz marcadísimo”.
Y finalmente Pérez Galdós, quien confundió a Terrero con el ultraconservador Terreyro, cuando alude al diputado gaditano en Cádiz: “Un hombre con pretensiones y fama de gracioso, aunque más que a la agudeza de sus conceptos debía ésta al ceceo con que hablaba; de cuerpo mezquino e ideas estrafalarias”.
Ni siquiera la forma de hablar andaluz de Cádiz, del Campo de Gibraltar -que nunca cambió por el castellano- fue ignorada por sus críticos. Pero un rasgo parece pasar desapercibido entre sus detractores: su clara elección de apoyar a las clases más humildes que padecían las consecuencias de la guerra, cuyos hijos sostenían en primera línea el combate contra el ejército invasor.