
Personaje controvertido, apasionado en el debate público, el cura Terrero no dejaba indiferente ni a diputados ni al público que asistía a las sesiones de las Cortes de Cádiz.
Conocido como el «cura de Algeciras», en cuya iglesia ejercía cuando fue elegido diputado, Vicente Terrero Monesterio nació en San Roque el 18 de marzo de 1766, siendo bautizado el mismo día. Sus padres fueron Antonio Terrero, natural de Arcos de la Frontera y María Monesterio, de Osuna, casados en Manilva, en 1756. Eran las segundas nupcias de Antonio Terrero, que en su ciudad natal había contraído matrimonio con Beatriz Vivas, de la que tuvo una hija de nombre Josefa, nacida en San Roque en 1754. Al poco falleció su esposa. De la segunda unión nacerían Diego (1757), Josefa (1759), María (1763) y Vicente (1766).
Es evidente, que Antonio Terrero pertenecía a una clase significada de la sociedad sanroqueña. En este sentido, cabe señalar que el padre era escultor y pintor, habiendo realizado el frontispicio exterior de la capilla del sagrario de la parroquia sanroqueña de Santa María la Coronada. Asimismo, su hijo Diego ingresaría en 1772 en el Real Colegio de Cirugía de Cádiz. Tras una intensa labor profesional impartió clases como catedrático en este prestigioso colegio médico
Por su parte, Vicente, con tan sólo quince años, ingresó en el Seminario de Cádiz, demostrando desde el primer momento unas cualidades poco usuales. Así, defendió en latín una tesis de filosofía en un acto académico público, que servía de selección entre los numerosos aspirantes.
Fue un estudiante brillante, doctorándose en ciencias sagradas. Tras su estancia en el seminario sería destinado a su ciudad natal, supliendo al párroco de Santa María la Coronada. Contaba veintitrés años y su primera firma aparece en los libros del archivo parroquial el 17 de octubre de 1789 y la última el 13 de junio de 1793. Luego fue destinado a Algeciras como párroco de Nuestra Señora de la Palma, donde sustituyó Bernardo Pérez. En esta parroquia desarrollaría 28 años de pastoral, siendo sustituido por José Cayetano de Luque en 1821.
La personalidad de Vicente Terrero se hizo patente en toda la comarca, entablando amistad con el general Javier de Castaños, a quien dedicaría la obra escrita por su hermano Diego, Discurso sobre el carácter y curación práctica de la fiebre amarilla, que fue editada por iniciativa del sacerdote en la Casa de la Misericordia de Algeciras, en 1805. Con anterioridad, en 1800, publicó su Sermón en la función que hicieron en la iglesia de Nuestra señora de la Palma de Algeciras en acción de gracias al Señor y su santísima. Predicado en Algeciras el 9 de noviembre de 1800. Coincidiendo con el bicentenario de la Constitución de Cádiz, me cupo el honor de rescatar estos escritos, incorporándolos a mi biografía sobre Terrero.
De otro lado, en una extraordinaria gestión, el sacerdote obtuvo los fondos necesarios para la construcción de un panteón para sepulturas en Algeciras. Estando en este destino se produjo la invasión francesa, siendo, desde el primer momento, un destacado activista. Fue elegido diputado a las Cortes Constituyentes de 1810, que en principio se formaron en la Isla de León (San Fernando) y luego pasaron a Cádiz. Terrero permaneció en la capital gaditana durante el asedio francés y su nombre figura entre los firmantes de la Constitución de 1812.
Publicó reflexiones religiosas y políticas y fue un diputado muy popular, citado por escritores como Pérez Galdós o Menéndez Pelayo. En uno de los debates en los que intervino, el sacerdote al referirse a los españoles originarios de África, afirmaba: «¿Qué causa hay, pues, que urgentísimos motivos existen para que estos originarios de África sean excluidos de los más preciosos derechos del hombre libre? ¿Qué causa leonis, plaga o constelación infausta cobija al África, que no cubre a Europa, la América y al Asia? Los originarios del África española no son ciudadanos; vendrá un francés, y éste será ciudadano: aquellos no, éste sí. En la balanza inalterable de la justicia, y en mi fiel, siempre constante e igual, no cabe esta doctrina». Y en aquel extenso y memorable discurso, enfatizaba: «¿Cuándo acabaremos de entender y penetrar que la política de los Estados debe ser la justicia y la igualdad en acciones, en pesos, en medidas y en nivelar los hombres por su méritos y no por eso que titulan cuna? Abrazaré, señor, tiernamente y estrecharé en mi pecho entre los brazos a un negro, a un etíope si le veo adornado de merecimientos y virtud; miraré, por el contrario, con execración, oprobio y escarnio a un grande de la nación, por otra parte prostituido».
Del mismo modo, a la hora de referirse a la abolición de la tortura y la esclavitud, intervenía para manifestar que «tratar de discutir este asunto es degradar el entendimiento humano».
La defensa de las clases más humildes y del patrimonio público se reflejó en su postura por la abolición de los señoríos y en contra de la venta de las tierras de propios y baldíos. Se opuso a «que por dinero se exima al hijo del poderoso, y el hijo del pobre labrador camine a la guerra a exponer su sangre, o a perder su vida».
Igualmente es destacable su defensa de la soberanía nacional, rayano en un anticipado republicanismo. Junto a ello, aspectos contradictorios como la defensa del Santo Oficio, una institución que en ese momento tenía una presencia más testimonial que represora. Sin embargo, se había opuesto frontalmente al Voto de Santiago.
Falleció en Cádiz en 1823 y sus restos se encuentran en la cripta de San Felipe Neri.