
En 1801 se despidió del Campo de Gibraltar, el corregidor son sede en San Roque, Francisco Javier Lozano, que había sido elegido para alcalde mayor de Cádiz. La Corporación sanroqueña lamentó su marcha por la buena labor realizada, aunque entendía que el corregidor tenía por delante, lo que hoy podríamos llamar “carrera política” y debía avanzar en ella.
Tan sólo un año antes había solicitado la facultad de adquirir la casa que se utilizaba como Consistorial, perteneciente a la obra pía del Santísimo Sacramento, acogiéndose al real decreto de 1798 que enajenaba fincas pertenecientes a dicha asociación religiosa.
Lozano había actuado con diligencia en la pasada epidemia, afrontando todas las necesidades, incluso las que le planteaba la propia Junta de Sanidad, cuando manifestó la falta de fondos para la manutención de los que permanecían en cuarentena.
Defendió bien los intereses de la ciudad, y no dudó en pleitear con el Duque de Medinaceli, sobre terrenos que ocupaba y pertenecían al municipio en los límites con Castellar.
No dejó de tener contacto con la comarca, especialmente con sus amigos y colaboradores sanroqueños, que en todo momento guardaron un grato recuerdo de su estancia en la localidad.
Le sustituyó hasta la llegada de Ignacio Pérez Vizcaíno, el regidor decano Nicolás Rendón, que tuvo en Miguel de los Santos Ayllón y Juan Antonio Simoneta sus mejores pilares.
Éstos fueron los encargados de poner orden en el abandonado servicio de la barca del río Guadiaro, que obligaba, entre otros inconvenientes, a las tropas de caballería a buscar otros puntos en sus labores de vigilancia de la costa.
En esos años los caudales públicos no eran lo suficientemente boyantes, y de eso entendía el cirujano oficial Antonio Menés, quien pedía, con bastante humildad, algún aumento de sueldo, pues desde hacía veinticuatro años percibía tres reales diarios.
Para otros vecinos, las cosas no iban tan mal, y algunos solicitaban construir en solares de las calles Los Reyes y de la Calzada, o en el mismo camino de María España.
A su vez, el propio Consistorio llevaba a cabo mejoras en las calles Algeciras, de la Plaza y San Francisco, así como en las calzadas de María España y de Puente Mayorga, y se construía una plazoleta en El Calvario. También se aseguraba el municipio el abasto de hielo, “de nieve”, encargándose a Miguel Bordas, el suministro desde los meses de junio a septiembre.
Al Ayuntamiento parecía preocuparle más el aumento de taberneros que las continuas comunicaciones del Gobierno para aplicar las pragmáticas, que llamaban “a castigar de vagancia a los llamados gitanos”.
Regentar un bar no parece que estaba bien visto entre las autoridades, si quien lo hacía podía trabajar en otra cosa. La Ciudad, que equivalía al Ayuntamiento, había hecho notar “el abandono que han hecho muchos individuos de sus propios oficios, tomando el ejercicio de taberneros y otros, que deben estar en ellos hombres imposibilitados de agenciar su sustento”. A tal efecto, se acordaba “tomar conocimiento de tales personas”.
También preocupaba a la Corporación que sus porteros no tuviesen la indumentaria que correspondía de cara a las celebraciones de la Semana Santa, tan especiales en la ciudad. Medias, zapatos y cintas fueron buscadas para que el Ayuntamiento estuviese presente en los actos y procesiones de manera decorosa.
Donde no se regatearon esfuerzos ni dinero fue en las celebraciones que con motivo del anunciado enlace matrimonial entre el príncipe Fernando y María Antonia de Nápoles tuvieron lugar en durante tres días del mes de octubre de 1802.
Por otra parte, la escasez de trigo provocó la subida de la harina y, consecuentemente, el precio del pan.
Sin embargo, estas cuestiones que había afrontado el corregidor Lozano en numerosas ocasiones, ya no estaban en su agenda. Ahora tocaba las de la capital de la provincia.