
The Times había escrito que el envío de una poderosa fuerza naval a Gibraltar se justificaba «para hacer frente a cualquier eventualidad». Esa incertidumbre provenía de la gravedad de la crisis abierta entre Londres y Madrid en torno al contencioso gibraltareño.
El 1 de octubre de 1969 vencía el plazo dado por Naciones Unidas para la descolonización del Peñón, y el Gobierno británico temió que el ejército español avanzara hacia la colonia, aunque ello nunca estuvo en la mente del general Franco, amparado en las resoluciones favorables del alto organismo internacional y el riesgo de aislamiento de su régimen, en caso de tomar una, por otro lado, desigual, vía armada.
Desde una semana antes, la Royal Navy había desplegado una flota en aguas de la bahía de Algeciras, todo un alarde naval, en el que participaba también varios navíos de combate holandeses. Recuerdo de la flota anglo-holandesa que se hizo con Gibraltar, en agosto de 1704, durante la Guerra de Sucesión.
Las maniobras iniciadas por la fuerza naval inglesa comprendían, al menos, los portaaviones Bulwark y Eagle; los destructores Diana, Hampshire, Cavalier, London y Caprice; las fragatas Duncan, Cleopatra, Torquay, Llanda y Danae; la corbeta Aurora, y el submarino Astute. Unos 10.000 hombres desplegados, a los que había que unir las fuerzas que habitualmente guarnecían la ciudad.
En la noche de ese señalado día la televisión gibraltareña ofreció un reportaje sobre el despliegue de fuerzas y los ejercicios de defensa, que había tenido su prólogo los días 7 y 8 de agosto. La presencia militar inglesa motivó una nota informativa del embajador español en la ONU, Jaime de Piniés, dirigida al secretario general de la organización U Thant.
Interrumpidas las comunicaciones con Gibraltar
El mismo 1 de octubre, a las 16:30 horas, por parte española, se interrumpieron las comunicaciones telefónicas y telegráficas con Gibraltar. En aquel momento se realizaban diariamente 190 llamadas de España a la colonia, y unas 350 en sentido inverso.
Con anterioridad, el 4 de julio, se había producido un accidente al chocar el guardacostas inglés Arbingham con la lancha española Lti-5, sin que se produjeran heridos en ninguna de las embarcaciones, pero que era una demostración de lo que podría ocurrir si no se templaban los ánimos.
Lo que podía tener un fatal desenlace venía precedido de la entrada en vigor, el 30 de mayo, de la Constitución de Gibraltar, que establecía su pertenencia a los «territorios de Su Majestad» y del cierre del paso fronterizo, decisión tomada por el gobierno español, que se hizo efectiva el 8 de junio. Esta medida provocó la pérdida del empleo de un total de 4.778 trabajadores que cada día cruzaban la frontera.
El 27 de junio realizaba su última singladura el transbordador Punta Europa, que cubría la línea Algeciras-Gibraltar. Dos días antes, las autoridades gibraltareñas dejaron sin efecto la validez de los pases que habían emitido para que los ex trabajadores se hicieran cargo de sus liquidaciones y recoger útiles de trabajo.
El grupo de obreros que viajaba en el transbordador con estos fines –a los que se les exigió mediante altavoces, desde el puerto calpense, pasaportes para entrar–, retornó a Algeciras, sin pisar tierra en el Peñón. La réplica gubernamental española fue la supresión de dicha línea marítima. El aislamiento era total.
Como respuesta a la escalada militar británica, España situó frente al Peñón una escuadra formada por el crucero Canarias (buque insignia), el portaeronaves Dédalo y los destructores Jorge Juan, Almirante Valdés, Lepanto y Álava. Tanto en Gibraltar como en la comarca campogibraltareña se temió lo peor.
En Londres fueron lanzados tres cócteles molotov contra dependencias españolas: en las puertas de la Embajada, en el consulado de Hans Crescent y en el centro de turismo de Jermyn Street (Picadilly). Las autoridades británicas condenaron estos actos y anunciaron que se harían cargo de los daños ocasionados.
El ministro de Exteriores inglés Michael Stewart intentó abrir un nuevo frente declarando que «antes de ir a España de vacaciones, piénselo dos veces». Un consejo que en nada influyó en el ciudadano de su país, habituado a veranear en el país.
Doble nacionalidad para gibraltareños
En agosto, al objeto de atraerse a la población gibraltareña, el Gobierno español dictó un decreto dando facilidades para que los residentes en el Peñón, con anterioridad a 1964, pudieran establecerse en territorio al otro lado de la verja, optar a la nacionalidad, trasladar sus propios negocios y convalidar los títulos académicos, entre otros beneficios. Pero esas medidas no calaron en la población de Gibraltar.
Desde España se informó que diez gibraltareños se habían acogido a las medidas aprobadas, un número, por otra parte, nada significativo. Aparte de la guerra propagandística, un hecho sorprendió grandemente, pues era la primera vez que ocurría. Una embarcación procedente de Gibraltar llegaba en demanda de asilo a la otra orilla.
En la madrugada del 2 de agosto la Guardia Civil de servicio en el puesto de San Felipe, en La Línea, observó cómo alcanzaba la escollera una lancha neumática a motor, con dos hombres a bordo. Se trataba de dos jóvenes, ambos de 22 años, el gibraltareño Frank Lombardi, de profesión taxista y el marroquí, de madre gibraltareña y padre francés, Hazan Humbert. Éste venía como acompañante, para luego retornar, pero finalmente también se unió a la huida de su amigo.
Para proporcionar trabajo a estas dos personas, se anunció que las ofertas laborales se dirigiesen al Ayuntamiento de La Línea de la Concepción.