Miércoles, 29 de Noviembre de 2023
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La epidemia se aleja para volver más tarde al Campo de Gibraltar

  • Casamate Square de Gibraltar, con desfile militar (Colección Wilson).
    Casamate Square de Gibraltar, con desfile militar (Colección Wilson).
    Historia

    La epidemia de cólera morbo declarada en 1833 y que al año siguiente había penetrado de lleno en la comarca, comenzaba a alejarse (Ver en este medio La titánica lucha de un pueblo contra la epidemia de cólera morbo). La plaza de Gibraltar fue declarada exenta de la enfermedad y fueron abiertos los controles, pero hasta el 6 de septiembre de 1834 el Ayuntamiento de San Roque -entonces fronterizo con el Peñón- mantuvo uno sanitario que, incluso, se encargaba de avinagrar las cartas que venían de dicha ciudad. Antes, el 13 de agosto, la Junta conoció el fallecimiento por cólera de la vecina de Puente Mayorga, Inés Garrido, así como del contagio de otros ciudadanos. El médico Francisco de Paula Vinet fue designado para reconocer a todos los enfermos de la barriada y establecer qué dolencias era las que padecían.

    La Milicia Urbana sustituyó a la partida de hombres nombrada por el Ayuntamiento, a la que se agradeció públicamente sus servicios. Dos días más tarde, Vinet informó que había cesado el cólera morbo, no habiendo ningún caso en el municipio. El Ayuntamiento acordó que para el día siguiente, domingo, se celebrase un solemne tedeum por “la singular misericordia con los vecinos y bajo los auspicios y especial protección del señor San Roque, su titular patrono”.

    A esos actos no pudo asistir el corregidor Pedro Mendoza Vázquez, pues había sido una de las víctimas mortales del mal. El cadáver de Mendoza fue enterrado en una fosa del cementerio de San Miguel, hasta donde fue llevado su cuerpo por cuatro desterrados. Fue sustituido por Francisco de Paula Linares.

    Sin embargo, aún se produjeron algunos casos, y hasta el mes de diciembre se efectuaron controles, sobre todo en relación con personas procedentes de Tánger, donde se habían producido algunos casos de cólera.

    El pueblo agradeció la protección del venerado santo, pero el análisis de los acontecimientos, demuestra que el señor San Roque, contó con buenos “colaboradores”. En realidad, el Ayuntamiento y, especialmente su Junta de Sanidad, mantuvieron a raya la epidemia hasta que por razones legales, tuvieron que restablecer las comunicaciones con otros pueblos.

    Algunos meses antes, una lápida había sido colocada en la ermita de San Roque, con la siguiente inscripción: “En el año de 1833. Padeciéndose en Sevilla la enfermedad conocida con el nombre de cólera morbo, ofreció el capitán Don Juan de la Rosa, Ayudante de aquella plaza, y natural de esta ciudad, mandar hacer una efigie de San Roque, si se libraba del mal con toda su familia; y habiéndolo conseguido por mediación del Santo, la hizo construir y remitir para colocarla en este sitio a la honra y gloria de Dios y en memoria de aquel beneficio”. Se trata de la imagen principal del santo venerada en la localidad, pues la anterior había sido destruida por las tropas de Napoleón cuando entraron en la ciudad y saquearon la ermita.   





    En 1854, veinte años más tarde, el cólera morbo volvió a hacer acto de presencia en Gibraltar. El Ayuntamiento de San Roque estableció un palenque sanitario en el istmo, lo que vino también a calmar los ánimos de los arrieros que se habían quejado de la incomunicación con la colonia.

    Las autoridades enfrentaban todos sus medios a una nueva epidemia que amenazaba la salud de los vecinos. De hecho ya se dejaba notar en el barrio de La Línea, donde el propio capellán de la pedanía, José María Mellado, insistía en la necesidad de construir un cementerio, pues el traslado de cadáveres debidos a la enfermedad suponía un serio conflicto.

    El Ayuntamiento, carente de fondos, accedió, siempre que la construcción se realizase a expensas de los propios vecinos, y que su cerca fuese de mampostería y sujeto a la vigilancia y la administración municipal.

    El número elevado de afectados en La Línea, hizo que el comandante general del Campo de Gibraltar, ordenase al Consistorio sanroqueño la puesta en marcha de un hospital de coléricos.

    El gobernador de Gibraltar, Gardiner apostaba por una sutil colaboración que le permitiese desahogar la situación del Peñón. A través del cónsul español, proporcionó 9.600 reales para el socorro de los pobres de los barrios sanroqueños de La Línea, Campamento y Puente Mayorga. El dinero quedó a disposición del Ayuntamiento de San Roque, que se encargó de su distribución.

    Cuando la epidemia pasó, el Ayuntamiento destacó la entrega del sacerdote Mellado -un personaje que merece un capítulo aparte-, señalando que aparte de su labor de capellán “hizo de enfermero, incluso proporcionando las medicinas a los enfermos. Tenía grandes conocimientos farmacéuticos y las elaboraba él mismo en su propia casa”. Personas abnegadas que surgen en los momentos más difíciles para la comunidad, como los que actualmente vivimos.