
No fue un corregidor cualquiera. Julián Ruiz Marín fue un mandatario aclamado y odiado al mismo tiempo. Su cargo dio nombre oficioso -sin pretenderlo- al camino que conducía al cementerio.
De una fuerte personalidad y marcada lealtad a Fernando VII, Ruíz Marín, era miembro del Consejo del Rey y alcalde del Crimen Honorario de la Real Chancillería de Granada. Ejerció su mandato en San Roque -excluyendo el período constitucional- desde 1817 a 1824. Ese año, la Corporación certificaba que en el tiempo que había permanecido en la ciudad, había “desempeñado su ministerio con el mayor celo, actividad, desinterés y pureza”.
Cuando en 1823, finiquitado el Trienio Constitucional, el general Riego fue detenido - luego sería ejecutado-, Ruiz Marín mandó que repicaran las campanas y sonaran trompetas por todas las calles, principalmente frente a las casas de los liberales. Asimismo, ordenó soltar un toro de cuerda al que llamaron con el nombre de Riego. La fiesta se repitió tras conocerse la capitulación de Cádiz.
En connivencia con el comandante general José O ́Donell estableció un plan para hostigar a los liberales. Asimismo, reunió mil raciones de pan fresco y ciento veinte quintales de galletas para distribuirlas entre las tropas realistas de Estepona y Marbella.
Entre las obras que se realizaron durante su mandato, figuraba la reconstrucción de las Casas Capitulares, la obra de la pescadería, el arreglo de varias calles y la reedificación de los cuarteles de Barracones y el de Caballería.
Sin embargo, la dureza con qué trató a los liberales le hizo ganarse la antipatía de la mayor parte de la población.
Paseo del Corregidor
El camino que conduce al cementerio de San Roque fue llamado popularmente Paseo del Corregidor. Aunque pueda creerse que ello era debido a algún homenaje a quien ejercía esa función, su origen es otro diferente. Nuevamente tomaría protagonismo Julián Ruiz Marín, quien acostumbraba a dar sus paseos por dicho espacio. Dionisio Nogales Delicado en su obra Historietas sanroqueñas, señala su origen en una «muletilla» de dicho corregidor. Así lo explica:
«-¡Corregidor, -le decía uno de sus amigos- cuánta cizaña habrá arrancado Vuesamerced de los sembrados del reino desde 1814 a la fecha!
-Algunas, algunas, -contestaba sonriendo aquél- pero la mala yerba cunde y se propaga que es maravilla. No bastaría un escardador como yo en cada pueblo para dar fin de ella. -Gente tendrá Vuesamerced que le quiera bien en los presidios de África y en las galeras de Su Majestad.
-Sí, pero deberían quererme menos, si pudieran, los que envié a paseo.
-¡Cómo a paseo? Pues es pena que no hemos visto consignada en el código, y por añadidura tan agradable, que aquellos a quienes se la impusiera Vuesamerced, la agradecerían...
-¡Pst! Mucho lo dudo.
-A ver, a ver cómo es eso. Si al criminal que tenía Vuesamerced bajo cerrojos y con grillos en los pies le abría la cárcel y le mandaba a paseo...
-Es que lo enviaba a paseo, primero en burro hasta la horca, y luego, desde allí, a paseo en andas hasta el cementerio.
-¿Ah, eso es harina de otro costal! ¿De modo que cuando Vuesamerced enviaba a uno de paseo ya era cosa sabida que iba al cementerio?
-Ni más ni menos».
Señala el autor del relato, del que he reproducido una parte, que desde entonces el camino al cementerio fue llamado el Paseo del Corregidor, un nombre hoy olvidado.