La huella campogibraltareña de una contienda colonial

La guerra con los Estados Unidos - de la que se cumple el 125 aniversario - supuso la pérdida de las últimas colonias de ultramar (Cuba, Filipinas y Puerto Rico) y dejó su huella en muchos lugares de España.
Ya me referí en otro artículo a la muerte en la batalla de Santiago, a bordo del crucero Infanta María Teresa, del alférez de navío sanroqueño, Francisco Linares Villalta (Ver en este diario “Desde el Campo de Gibraltar a la batalla naval de Santiago”).
El hundimiento accidental del acorazado norteamericano Maine en la bahía de La Habana, en febrero de 1898, fue el desencadenante de la intervención directa de Estados Unidos al lado de los rebeldes insulares, a los que ya venía apoyando.
Linares Villalta no fue el único vecino presente en el conflicto. Según Antonio de Sola, su hermano Manuel, que alcanzó el grado de coronel de artillería de la Armada, fue jefe de la base naval de Cavite (Filipinas) y con motivo del incendio en un polvorín de dicha base, arriesgando su vida, logró lanzar al mar los materiales que ardían, evitando un seguro desastre.
También el concejal Federico García Chápoli había combatido en las primeras guerras de Cuba. Había estado a punto de perder la vida cuando un disparo le atravesó el sombrero de paja, utilizado por el ejército español. A la vuelta a su tierra, ofrendó dicho sombrero al Cristo de La Almoraima, en la vecina Castellar de la Frontera.
Asimismo, el oficial Cristóbal Pérez Gil, obtuvo el nombramiento de primer condestable de la Armada. Estaba en posesión de tres cruces del mérito naval. Entre los barcos en los que sirvió estaba el cañonero Joló, perteneciente a la base de Cavite.
Por su parte al alférez de navío Carlos Butrón Linares, que mandaba el cañonero Mensajero, se le debió la captura de la goleta filibustera Competidora, cargada con armamento destinado a los independentistas cubanos.
De otro lado, Juan Barranco Rodríguez, coronel de Intendencia, sirvió también en ultramar. Como escritor publicó La gracia del pueblo y El gallo de Morón.
Asimismo, dos médicos destacaron en el conflicto. Manuel Gil Domínguez, que había ingresado en el cuerpo de Sanidad Militar en 1895, fue destinado a Cuba con el Batallón de Canarias, sustituyendo al doctor Soriano, muerto por los rebeldes.
Destacó de manera especial por su arrojo en la atención de los heridos. Durante el combate de Loma de San Miguel, en 1896, defendió como simple soldado a los heridos que atendía, siendo propuesto para la Cruz de María Cristina.
El periódico de La Habana, La Campaña de Cuba y Actualidades -conservado por su familia en San Roque- recogió en sus páginas la hazaña del médico sanroqueño.
Otro facultativo de la localidad, Juan Mena Rendón, estuvo presente como médico voluntario en Filipinas.
Aparte del mundo militar, de gran tradición en San Roque, como empresarios figuraron Antonio Moreno Bouzal y Carlos Cano Linares. Éste último ocupó el cargo de tesorero en Manila de la Compañía Española de Tabacos de Filipinas.
Asimismo, al igual que el regimiento de la Reina, combatió en la guerra el de Pavía, que años más tarde pasó a establecerse en San Roque.
El Pavía participó con un batallón expedicionario compuesto por mil hombres distribuidos en seis compañías. Había partido de Cádiz en noviembre de 1895, por lo que su estancia cubana fue de varios años.
El 12 de diciembre de 1896 participó en la batalla de Palo-Prieto, donde los rebeldes emplearon la caballería al mando de Serafín Sánchez. El combate duró siete horas y tuvo como resultado 100 muertos y 200 heridos por la parte independentista, mientras que el Pavía registró 6 muertos, 63 heridos y 7 contusionados.
El combate con los nuevos colonizadores del ejército estadounidense se aproximaba.