Martes, 5 de Diciembre de 2023
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Bicentenario del cura Terrero, diputado en las Cortes de Cádiz (II)

  • El campogibraltareño juró su cargo en la Isla de León

    Bicentenario del cura Terrero, diputado en las Cortes de Cádiz (II)
    El teatro de la Isla de León convertido en Congreso. Foto del autor
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    A la Isla de León comenzaron a llegar los diputados electos. Las baterías del puente Zuazo y de los buques les saludaron en su arribada. Entre aquellos parlamentarios había supremacía del clero sobre otras profesiones. Noventa eran eclesiásticos y entre ellos se encontraban seis obispos. Veintiuno eran canónigos y también se hallaban tres inquisidores.

    Representaba el 30 por ciento de la composición del cuerpo legislativo, marcado por las clases medias reformistas y liberales. El sanroqueño Vicente Terrero, cura de la iglesia de la Palma, en Algeciras, comenzaba con decisión su vida de diputado. Las excepcionales condiciones en que se convocaron las Cortes, con ausencia de diputados por hallarse en América o en los territorios ocupados, las suplencias y las bajas de distinta naturaleza, ha hecho que diferentes autores ofrezcan datos dispares en cuanto al número y dedicación de los miembros del Congreso:

    Belda y Labra: eclesiásticos, 97; abogados, 60; intelectuales, 20; militares 46; funcionarios, 55; propietarios, 15, y otros, 10. Total: 303.
    Fernández Almagro: eclesiásticos, 97; nobles, 8; militares, 37; catedráticos, 16; abogados, 60; funcionarios, 55; propietarios, 15; marinos, 9; comerciantes, 5; escritores, 4, y médicos, 2. Total: 308.
    Ramón Solís: eclesiásticos, 90; abogados, 56; militares, 30, marinos, 9; nobles, 14; catedráticos de Universidad, 15; médico, 1, arquitecto, 1; bachiller, 1, escritores, 2; comerciantes 8; funcionarios 49, y sin profesión conocida, 20. Total 296.

    El 24 de septiembre de 1810 se abrieron las sesiones en la Casa Coliseo de Comedias, que había sido abierto al público el 1 de abril de 1804. Las Cortes tuvieron carácter de Generales por la amplia representación de los territorios del reino, incluidos los americanos. Y fueron Extraordinarias pues no se convocaron de la manera tradicional y dado el contexto bélico que vivía el país.

    Algo más de un centenar de diputados pudieron sentarse en sus escaños, pues aún no habían podido llegar los diputados ausentes por los motivos reseñados. La Regencia, que se había trasladado a Cádiz el 29 de mayo, hizo acto de presencia.

    A las nueve de la mañana los diputados se congregaron en la Casa Consistorial, donde se hallaba también la Regencia. Media hora más tarde regentes y parlamentarios partieron hacia la iglesia de San Pedro y San Pablo, cubriendo el recorrido soldados de la Casa Real y de otros regimientos. Se hicieron sonar las campanas y desde los balcones y ventanas se arrojaban flores y hojillas con canciones patrióticas.





    Pérez Galdós en su libro Cádiz recoge aquel singular desfile: “Aquella procesión no era una procesión de santas imágenes, ni de reyes y príncipes, cosa en verdad muy vista en España para que así llamara la atención: era el sencillo desfile de un centenar de hombres vestidos de negro, jóvenes unos, otros viejos, algunos sacerdotes, seglares los más”.

    Contra el presidente de la Regencia. Una vez en la iglesia, el cardenal Luis María de Borbón, arzobispo de Toledo, ofició la misa de Espíritu Santo. Después intervino el presidente de la Regencia y obispo de Orense, Pedro de Quevedo. Seguidamente el Notario Mayor del Reino, Nicolás María de la Sierra, pronunció la fórmula del juramento:

    -¿Juráis la Santa Religión Católica Apostólica Romana, sin admitir otra alguna en estos reinos?
    -¿Juráis conservar en su integridad la Nación española y no omitir medio alguno para libertarla de sus injustos opresores?
    -¿Juráis conservar a nuestro amado Soberano, el Señor Don Fernando VII, todos sus dominios, y en su defecto a sus legítimos sucesores y hacer cuantos esfuerzos sean posibles para sacarle del cautiverio y colocarle en el Trono?
    -¿Juráis desempeñar fiel y legalmente el encargo que la Nación ha puesto a vuestro cuidado, guardando las leyes de España, sin perjuicio de alterar, moderar y variar aquellas que exigiese el bien de la nación?

    Los diputados avanzaban de dos en dos y poniéndose de rodillas, con la mano derecha sobre los Evangelios, respondían: “Sí, juramos”. Efectuado el juramento, los diputados se trasladaron hasta el teatro, dando inicio a la primera sesión.

    A medianoche el Consejo de Regencia, con la ausencia de su presidente, juraba reconociendo la soberanía de las Cortes. La inasistencia del obispo de Orense, Pedro de Quevedo y Quintana, le excluyó de continuar en la Regencia. Al día siguiente tuvieron lugar dos sesiones públicas, mañana y tarde. Se resolvió que las Cortes tuviese tratamiento de Majestad.

    La actitud del obispo de Orense se vio reafirmada con el escrito que dirigió a la Cámara impugnando el principio de soberanía nacional. El ya expresidente de la Regencia fue extrañado del país.

    Terrero, que había jurado en ese primer grupo de diputados, fue muy crítico con Pedro de Quevedo. Fue el primer roce importante entre el órgano regente -formado por conservadores- y el legislativo, dispuesto a afrontar una guerra, pero también a legislar contra el régimen absolutista.




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