
Expulsado del territorio por tomar té y alabar a quien había cruzado la península hasta llegar al Campo de Gibraltar con sus tropas: el general carlista Miguel Gómez Damas.
El abogado británico Cornwel fue obligado a dejar su casa de Campamento (San Roque), donde residía, por agasajar al conocido y osado militar.
De esta incursión en la comarca traté en otro artículo, pero hasta ahora se desconocía este capítulo y las consecuencias que aquel encuentro tuvo para el letrado ejerciente en Gibraltar.
El día 16 de noviembre de 1836 entró Gómez en Ronda, saliendo el 19 por la tarde hacia Gaucín, y el día 21 llegó a San Roque. Algunos de los soldados marcharon al día siguiente a Algeciras, donde en compañía de varios sacerdotes, que venían incorporados a la tropa, embarcaron en una lancha para Gibraltar.
En su momento expliqué que el objeto era trasladar al Peñón varios cajones llenos de alhajas y monedas. En plena navegación fueron apresados por otro barco mayor, por lo que se frustró el intento. En la mañana del 23 se marcharon los carlistas de San Roque por el camino de Los Barrios.
Pero volvamos a la cuestión de este artículo. Gómez se reunió con Cornwel en San Roque la misma noche que llegó. Sin duda, estaba avalado por su toma de partido en la guerra civil española en favor del carlismo.
Cornwel invitó a té al general y se deshizo en elogios hacia los rebeldes seguidores del pretendiente don Carlos. La mejor tropa, la más limpia y subordinada, destacó el simpatizante de la causa carlista.
Tal vez el encuentro tuviera lugar en un lugar público donde alguien tomó buena nota de la alegría mostrada por el británico, pues aquella reunión no tardó en trascender y llegar al comandante general de la comarca.
Interesante es lo que publicó el diario catalán El Eco de la Nación el 26 de diciembre de 1836, pues daba cuenta que la medida contra el ciudadano extranjero debió tomarse mucho antes, incluso apostaba por la aplicación de otras más duras, sin especificar el alcance. Recordaba que el abogado había defendido al espía Juan Ramírez, que había sido desterrado de Gibraltar.
Lo cierto es que existían extendidas sospechas sobre la actitud del británico, en el sentido de formar parte de la propia red de espionaje del entramado carlista en el Campo de Gibraltar.
Para el periódico la estancia de los rebeldes en la comarca había demostrado que “no son otra cosa que gavillas de ladrones: hasta los más acérrimos carlistas deseaban la destrucción de estos bandidos”.
Lo cierto es que en San Roque, el general carlista mandó detener al depositario de los fondos de la renta de aguardiente y licores, apropiándose de mil reales que custodiaba. Se hizo con caballos y ordenó la incorporación a su ejército a los hombres de 18 a 40 años. Asimismo, liberó a los presos de la cárcel y los agregó a su tropa.
Para entonces las autoridades municipales, las milicias y los vecinos pudientes habían huido, quedando en el Ayuntamiento el sacerdote Manuel Villalba y tres clérigos más, al objeto de evitar atropellos.
A tal efecto, se creó una junta que dispuso que el depositario del Pósito Público entregara a los molineros 45 fanegas de trigo para preparar raciones de pan, con destino a las exigencias de cualquier género de tropa que a la ciudad llegase.
A los labradores se les pidió que buscasen vacas y cabras y las encerraran en el cementerio. Se tomó noticia de los que tenían cebada y vino, creándose una patrulla para evitar robos.
Pero a Gómez le debió parecer poco, pues mantener a una tropa en tan largo desplazamiento no era tarea fácil.
La causa carlina no parecía tener simpatías en Gibraltar, pues incluso el propio gobernador británico acompañó a las tropas gubernamentales al mando del general Ribero, desde San Roque hasta Los Barrios.
También se desplazaron muchos gibraltareños que, según el referido periódico, regresaron “llenos de júbilo”, al ver una división tan brillante y tan entusiasmada por la justa causa”.
Gómez se había reemprendió su singular marcha peninsular y la comarca volvía a respirar tranquila.