Vamos a contar mentiras, la Commonwealth es mejor que la UE
Por Nathaniel Powell
Politólogo británico, de ascendencia campogibraltareña, afincado en Europa

Foro
- 09 Feb
Como cabía esperar, la culpa del Brexit la tiene ese terrible país opresor llamado España. De hecho, España tiene la culpa de todo lo malo que le pasa a Gibraltar, por ejemplo, verse fuera de Europa. Sin embargo, cualquier cosa buena que pueda venir ‘del vecino del norte’, ridículo eufemismo patentado por Míster Picardo para no pronunciar la palabra España, se minimiza y empequeñece para que no conste en acta. Esa es la psicopatología enfermiza de los nacionalismos identitarios, cuya razón de ser y proyecto político depende de un antagonista exterior, real o inventado. En el caso de Gibraltar real en 1780 y 1969, e inventado desde entonces, para unir a la población contra la supuesta amenaza fantasma. Un enemigo imaginario que se convierte en la coartada perfecta que utilizan los nacionalistas allá donde están, para monopolizar todos los resortes de poder político y limitar la libertad de expresión.
Lo cual no exime de responsabilidad a España por su torpeza y falta de perspectiva en este tema, y una política exterior que muchas veces ha servido de balón de oxígeno y aliado, se supone que involuntario, del nacionalismo gibraltareño más intransigente.
Lo malo para las tesis artificiosas y políticamente autocomplacientes de Míster Picardo y para su nacionalismo cutre, es que la queja principal de la inmensa mayoría de la población, incluso de sus seguidores, es que no pueden llegar a España para disfrutar de sus casas con piscinas en Marbella y Sotogrande más rápidamente por culpa de las colas en la frontera. No parece esa la base teórica más sólida para sostener un planteamiento político donde, tras la retórica retorcida, subyace un sentimiento, anti-español, que no reivindica una nacionalidad o soberanía gibraltareña como han hecho los movimientos nacionalistas a lo largo de la historia, sino la nacionalidad y soberanía británica, y ha sido participe y cómplice del colonialismo británico durante décadas.
No es de extrañar pues que en las Naciones Unidas, donde se gestionan conflictos territoriales que causan guerras terribles, atrocidades y hambrunas, se tomen a broma el peregrinaje de Míster Picardo y su séquito presidencial a Nueva York varias veces al año, donde aprovechan para darse un ‘voltio’ por la Gran Manzana en hoteles de lujo cinco estrellas, y vuelos business class a cargo del erario público.
La ultima mentira del nacionalismo gibraltareño --es difícil llevar la cuenta-- con la que llevan machacando a la opinión pública durante meses, se podría resumir así: la Commonwealth es un digno sustituto de la Unión Europea y, a través de acuerdos comerciales de Reino Unido con estos territorios, que incluirían a Gibraltar, la economía llanita se verá catapultada a los cielos del crecimiento y a una nueva época de prosperidad.
Si exceptuamos a Australia y Canadá, que son países occidentales y homologables a las democracias europeas, el resto de los territorios de la Commonwealth son ex colonias británicas reconvertidas en repúblicas bananeras, estados fallidos, y dictaduras tercermundistas de distinto pelaje, islas desperdigadas por el Océano Indico y Pacifico que son absolutamente irrelevantes en cuanto a su presencia y peso específico en el orden internacional. La Commonwealth no es más que una asociación informal de países que han retenido un vínculo lingüístico con Reino Unido. Su influencia política y diplomática es inexistente. Su semejanza cultural, conexión humana o afinidad vital con Gibraltar solo existe en las fantasías irracionales del nacionalismo. Y en la propaganda que vuelcan sus terminales mediáticas férreamente controladas y subvencionadas. La idea de que la Commonwealth puede tapar el tremendo agujero, en todos los sentidos, que la salida de la UE supondrá para Gibraltar, es una broma pesada y cruel que no ha caído nada bien entre la opinión publica de la Roca. Un subterfugio de prestidigitador para ocultar el callejón sin salida a que el nacionalismo gibraltareño condena a su pueblo. El esperpento fue escenificado el viernes de la pasada semana en la frontera, cuando se llevó a cabo una, por momentos, vergonzosa ceremonia de bajada de bandera de la Unión Europea. Un horror de gaitas desafinadas interpretando, es un decir, el Himno de la Alegría de Beethoven, y doscientos hooligans ‘euroescépticos’ lanzando improperios contra la UE como quedó recogido en los videos subidos a YouTube minutos después. Además, ordenó la retirada de la bandera azul con estrellas sustituyéndola por un trapo extraño que se ha sacado de la manga, que dice ser la bandera de la Commonwealth. Por mucho que proteste y patalee, lo cierto es, que desde junio de 2016 y tras la decisión del pueblo británico de darle la espalda al proyecto europeo, las reglas de juego, la balanza de poder, en otras palabras, la sartén por el mango del contencioso de Gibraltar ha pasado de manos británicas a manos españolas.
Si exceptuamos a Australia y Canadá, que son países occidentales y homologables a las democracias europeas, el resto de los territorios de la Commonwealth son ex colonias británicas reconvertidas en repúblicas bananeras, estados fallidos, y dictaduras tercermundistas de distinto pelaje, islas desperdigadas por el Océano Indico y Pacifico que son absolutamente irrelevantes en cuanto a su presencia y peso específico en el orden internacional. La Commonwealth no es más que una asociación informal de países que han retenido un vínculo lingüístico con Reino Unido. Su influencia política y diplomática es inexistente. Su semejanza cultural, conexión humana o afinidad vital con Gibraltar solo existe en las fantasías irracionales del nacionalismo. Y en la propaganda que vuelcan sus terminales mediáticas férreamente controladas y subvencionadas. La idea de que la Commonwealth puede tapar el tremendo agujero, en todos los sentidos, que la salida de la UE supondrá para Gibraltar, es una broma pesada y cruel que no ha caído nada bien entre la opinión publica de la Roca. Un subterfugio de prestidigitador para ocultar el callejón sin salida a que el nacionalismo gibraltareño condena a su pueblo. El esperpento fue escenificado el viernes de la pasada semana en la frontera, cuando se llevó a cabo una, por momentos, vergonzosa ceremonia de bajada de bandera de la Unión Europea. Un horror de gaitas desafinadas interpretando, es un decir, el Himno de la Alegría de Beethoven, y doscientos hooligans ‘euroescépticos’ lanzando improperios contra la UE como quedó recogido en los videos subidos a YouTube minutos después. Además, ordenó la retirada de la bandera azul con estrellas sustituyéndola por un trapo extraño que se ha sacado de la manga, que dice ser la bandera de la Commonwealth. Por mucho que proteste y patalee, lo cierto es, que desde junio de 2016 y tras la decisión del pueblo británico de darle la espalda al proyecto europeo, las reglas de juego, la balanza de poder, en otras palabras, la sartén por el mango del contencioso de Gibraltar ha pasado de manos británicas a manos españolas.