Con base en Gibraltar

Si las violaciones del espacio aéreo venían siendo habitual desde el final de la guerra civil (como se puede leer aquí en el artículo 'Incursiones aéreas sobre Gibraltar y la comarca en vísperas de guerra'), en esta ocasión -ya iniciada la contienda en Europa- fueron más lejos y dieron paso a un cruce de comunicaciones entre responsables españoles y británicos.
El 21 de noviembre de 1939, el gobernador militar de Cádiz, Pedro Jevenois, informó a las autoridades superiores del vuelo de una aeronave inglesa sobre las instalaciones portuarias de la ciudad, incluida las baterías. El vuelo se efectuó a las ocho y treinta de la mañana y volvió a repetirse sobre las once. Al conocer el caso, el gobernador dio orden de hacer fuego “sobre todo avión beligerante que sobrevuele la zona prohibida”. Advertencia que transmitió al cónsul británico en la ciudad.
A tal efecto, según orden del general inspector, perteneciente al mismo día del hecho, se dispuso que “las cuatro baterías antiaéreas, así como las de las baterías de costa, estén alertadas haciendo fuego sobre cualquier aeroplano beligerante que sobrevuele las baterías o el puerto”.
En la carta remitida al representante británico, el comandante Hillhouse, el gobernador militar de Cádiz, daba cuenta de los dos vuelos, aunque el segundo lo situaba sobre las nueve y veinte. En la misiva se afirmaba que se había dado orden a las baterías para que disparasen “sobre todos los aviones beligerantes que sobrevuelan la zona prohibida”.
El jefe militar pedía que el cónsul diese cuenta a su gobierno “con el fin de evitar la repetición de estos hechos, y, dada las buenas relaciones que hemos tenido siempre y que deseo no solo conservar, sino acrecentar, espero así lo hará”.
La respuesta no se hizo esperar. El mismo día Hillhouse presentaba sus “más sinceras excusas de parte de las autoridades británicas, “si esta información llega a comprobarse”. El cónsul prometió informarse y preguntaba si la nave en cuestión era “un aparato de tierra o de un hidroavión”.
En un nuevo escrito, cinco días más tarde, el cónsul confirmó el vuelo, según la información facilitada por el almirante-jefe de Gibraltar, sir Dudley Burton North. “El Almirante desea que haga saber que este vuelo fue completamente contrario a las órdenes dadas y que el piloto responsable ha sido sometido al castigo disciplinario”, proseguía Hilhouse, añadiendo las excusas del almirante y asegurando “que no habrá repetición alguna del incidente”.
Por su parte, el gobernador gaditano dio por cerrado el incidente. Así se lo hizo saber al cónsul en escrito del 29. Satisfecho con la respuesta británica, destacaba “el espíritu de amistad y conciliación que siempre ha reinado entre nosotros”.
Jevenois pidió a Hilhouse que trasladase el agradecimiento al almirante de Gibraltar, “por la forma tan noble en que ha resuelto este incidente y las medidas que ha tomado para evitar su repetición”. Y al cónsul: “espero tener pronto ocasión de encontrarle personalmente, pues cuando resida en Cádiz más tiempo, como espero, me propongo invitarle en el momento en que tenga terminadas las obras de este Gobierno Militar”.
Al mismo tiempo que se informaba a Sevilla, al general Queipo de Llano: “dada la forma correcta con que han obrado las Autoridades británicas, pienso seguir manteniendo con ellas relaciones personales para evitar se repita el hecho ocurrido”.
Londres no quería molestar al nuevo régimen español, del que temía pudiera unirse a Alemania en la recién inicia guerra en Europa. La diplomacia británica se movía para contentar al general Franco, mientras vigilaba las cercanas posiciones de las fuerzas españolas.
Foto.- Un núcleo importante de la flota británica en aguas de la bahía al inicio de la II Guerra Mundial. Archivo del autor