El diputado se instaló en la casa de su hermano Diego, eminente médico

En la sesión secreta celebrada en la Isla de León el 6 de octubre de1810, el diputado Antonio Oliveros planteó el traslado de las Cortes a Cádiz, votándose a favor la propuesta. Vicente Terrero propuso que se efectuase de manera particular, sin ningún tipo de ceremonial, ya que consideraba que ello era privativo de la Regencia.
Sin embargo, la medida se fue dilatando, en parte por los brotes de epidemia existentes en la Tacita de Plata.
El asunto volvió a plantearse el 10 de enero de 1811, decidiéndose por 60 votos contra 42 la salida de los diputados. En la actual ciudad de San Fernando había tenido lugar 332 sesiones ordinarias. La nueva ciudad-sede del Congreso comenzó a ser bombardeada el 1 de diciembre de 1810, y cuando se instalaron las Cortes era una ciudad sitiada.
La Asamblea quedó instalada en la iglesia de San Felipe Neri, celebrando su primera sesión el 24 de febrero de 1811.
Terrero pasó a alojarse en la casa de su hermano Diego, en la calle Mateo de Alba, 166. Diego Terrero -eminente médico al que me referí en este mismo diario en el artículo “Un campogibraltareño lucha contra la epidemia de fiebre amarilla”- contaba 50 años de edad y se hallaba casado con Josefa Ramona, de 47. El matrimonio tenía cinco hijos: Antonio, 13 años; José, 8; Francisco, 7, Diego, 4, y Pedro, 2.
Según la numeración impulsada por el alcalde Adolfo de Castro en 1855, la calle cuenta actualmente con diez números. Al objeto de localizar la vivienda exacta habitada por el diputado sanroqueño, hace años realicé gestiones con el Archivo Histórico Municipal de Cádiz, concretándose que el lugar sería el actual número 1 de la citada vía.
A este respecto, y coincidiendo con el bicentenario de la muerte de Terrero, no sería mala idea que se hiciesen gestiones para que una placa en la fachada de este edificio, recordase la estancia de uno de los participantes en las Cortes de Cádiz, el único diputado del Campo de Gibraltar.
De otro lado, como señalan Belda y Labra (Las Cortes de Cádiz en el oratorio de San Felipe Neri), “los diputados tuvieron que luchar con todo género de dificultades y arrostrar toda clase de peligros. Las armas enemigas extremaros su rigor, y la fiebre amarilla atacó a 60 diputados, de los cuales murieron 20 de los más conspicuos de la Cámara”.
Los mismos autores, aluden a la instalación del Congreso: “con poco trabajo y con bastante economía quedó habilitada la iglesia para el nuevo uso a que fue destinada; fue cerrada la puerta principal del templo y se dio ingreso por el altar mayor, colocándose en el frente y bajo dosel el retrato del Rey; a sus lados, en la pared, se colocaron dos lápidas con los nombres de los héroes del 2 de mayo de 1808, Daoiz y Velarde”. Poco después se colocó también “el nombre del insigne general Álvarez de Castro, defensor de la heroica Gerona”.
El acceso de los diputados se efectuaba por el presbiterio y la del público por una vivienda de la calle San José, unida al edifico.
Para los diputados se situaron dos órdenes de bancos y uno de sillas, en forma de anfiteatro, con cuatro entradas para parlamentarios. En el presbiterio se ubicó la mesa del presidente y la del secretario. A ambos lados, sendas tribunas para los oradores.
En capilla del Sagrario se levantó un tablado destinado a los periodistas y el equipo de taquígrafos, que había comenzado sus trabajos en diciembre de 1810.
En la parte superior de la iglesia había una primera galería donde se situaba el público. Los altares quedaron cubiertos con telas de damasco carmesí. El suelo fue tapizado con alfombras turcas cedidas por los religiosos de San Juan de Dios.
Del mismo modo, quedó habilitado un espacio para el cuerpo diplomático acreditado en Cádiz.
Vigilaban el interior del recinto los reales cuerpos de Guardias de Corps y Alabarderos, y el exterior y galerías, las guardias Española y Valona.