Centenario de un intelectual de talla internacional

En principio nada tendría que ver el eminente psiquiatra y académico Carlos Castilla del Pino, del que se cumple el centenario de su nacimiento, y la figura del joven Enrique Ruano Casanova, muerto al caer de un séptimo piso cuando era custodiado por la Brigada de Investigación Social (la conocida como Brigada Político-Social, la policía política del franquismo). Sin embargo, unas notas del estudiante al psiquiatra, fueron utilizadas para justificar la versión oficial del suicidio. Al mismo tiempo, aunque sólo sea por facilitar un dato desconocido para muchos, Ruano, perteneciente a la clase media alta, era familia de un conocido notario que residió durante muchos años en San Roque.
El luctuoso hecho se produjo el 20 de enero de 1969 en el número 60 de la madrileña calle General Mola -hoy Príncipe de Vergara- cuando tres policías realizaban un registro en el piso de estudiante del detenido
A Enrique Ruano, de 21 años, estudiante de Derecho y militante del antifranquista Frente de Liberación Popular -conocido por Felipe-, lo detuvieron tres días antes acusado de distribuir propaganda ilegal. Tras permanecer en los calabozos de la Dirección General de Seguridad, fue llevado a la citada vivienda, sin que se hallara nada incriminatorio en el registro practicado. De allí extrajeron los agentes las referidas notas manuscritas del joven.
En versión oficial, el muchacho corrió hacia el pasillo exterior y se arrojó al vacío por el patio interior, falleciendo en el acto. El suceso provocó protestas de los universitarios y el régimen decretó el estado de excepción.
Desde el Ministerio de Información y Turismo se atribuyó la muerte a la decisión personal del muchacho. A través del director general de Prensa, Manuel Jiménez Quílez, fue enviado al diario Abc el texto recortado y manipulado encontrado en el piso de Ruano. Vulnerando todo derecho a la intimidad del fallecido, se hizo pública la comunicación que el chico hacía a Castillo del Pino, con el que se hallaba en tratamiento por depresión.
La tesis del suicidio no convenció a la oposición democrática y tuvo respuesta en la calle con manifestaciones de universitarios y denuncias de la prensa extranjera, reforzada porque no se permitiese a la familia ver el cadáver.
Basándose en los escritos tergiversados, la citada publicación, que entonces dirigía Torcuato Luca de Tena, editorializó para culpar de la muerte a quienes compartían ideal con el joven. El encabezamiento de las notas fue suprimido –«Querido doctor», en alusión a su psiquiatra- y el periódico, presionado o por propia iniciativa, las convirtió en un diario inexistente.
Castilla del Pino relata en la segunda parte de sus memorias (Casa del Olivo), cómo se enteró de la muerte de su joven paciente. El 21 de enero viajó a Salamanca con su mujer Encar. Tenía previsto impartir una conferencia en la universidad salmantina. El matrimonio se alojó en el hotel Monterrey. Allí dio aviso a la recepción para que si llegaban unos estudiantes, que venían a buscarle, se les informase que habían marchado a comer.
En ese punto, recoge que, en efecto, «vinieron no los estudiantes, sino la policía. Me enteré luego de que, creyendo que llegaría en tren, me habían esperado en la estación con el propósito de obligarme a continuar el viaje y así evitar que las conferencias tuvieran lugar».
No hay que olvidar que el psiquiatra sanroqueño estaba considera como opositor al régimen y sus intervenciones públicas eran controladas por las autoridades.
Fue mientras el matrimonio esperaba el servicio en el restaurante Los Candiles, cuando tuvo conocimiento de la trágica noticia. Entró un vendedor de prensa y Castilla del Pino compró un ejemplar del citado periódico: «lo abrí y me quedé consternado. El estudiante Enrique Ruano Casanova había muerto. En primera página, bajo el titular “Cuatro comunistas detenidos”, seguido de “Uno se suicidó arrojándose desde un séptimo piso”».
En la nota de la Dirección General de Seguridad se daba los nombres de los detenidos: Enrique Ruano Casanova y su novia María Dolores Ruiz, del mismo curso de Derecho; Abilio Villena Pérez y José Bailo Ramonde, «acusando a los dos primeros de haber arrojado a la vía pública propaganda de las Comisiones Obreras». Y se añadía, sin ningún tipo de rubor: «entre los documentos ocupados al finado figura una especie de diario, en el que refleja su idea obsesiva de suicidio relacionado, al parecer, con algún disgusto con un amigo llamado Javier y algunas contrariedades con su novia».