
Cuarenta años se cumplen de la apertura de la verja de Gibraltar. Fue una de las inmediatas medidas del gobierno socialista, el primero de este signo tras la restauración democrática.
A las cero horas del 15 de diciembre de 1982 se procedía a abrir la parte española del paso fronterizo de forma peatonal -en 1985 lo sería para vehículos y mercancías-, siendo los primeros en cruzarlo Francisco Romo, desde La Línea, y una eufórica Carmen Worb, por parte gibraltareña. Habían transcurrido trece años desde el cierre decretado por el gobierno de Franco, en junio de 1969.
Varios centenares de personas se agolparon en torno a la verja para ser testigos del histórico día, un acto de normalización de relaciones entre Reino Unido y España, que levantó expectación entre las comunidades de La Línea y Gibraltar, escepticismo y cierta indiferencia en el resto de la comarca, y preocupación en Ceuta por temor a que su comercio resultase perjudicado.
El acto de apertura tuvo carácter “administrativo” y no contó con autoridades de ningún lado de la frontera. El alcalde linense Juan Carmona y el parlamentario andaluz Rafael Palomino, ambos del PSOE, prefirieron mantenerse en la popular plaza Cruz Herrera, según señaló la prensa.
A pesar de la anunciada decisión gubernamental española, el recelo fue la tónica que prevaleció en el ambiente. Así, un día antes, el periodista José Ojeda, de Radio Algeciras, tuvo problemas para emitir desde Gibraltar. Al informador le arrebataron el pequeño emisor, quedando interrumpida la transmisión. Un hecho aislado pero que viene a ilustrar del nerviosismo existente.
Aunque en principio no se habían despejado algunas dudas en relación a los 200 gibraltareños residentes en La Línea y la cuestión relativa a los cónyuges no españoles ni gibraltareños de ambos lados, lo cierto es que Madrid apostó desde el primer momento por avanzar en la permeabilización del paso.
Por su parte, Fernando Morán, ministro de Asuntos Exteriores, recibió en Madrid a representantes de Ceuta, parlamentarios de la provincia de Cádiz y a las principales autoridades linenses al objeto de articular los intereses de los distintos sectores españoles.
En Gibraltar comenzó a vencerse ciertas reservas porque la medida se limitara al tránsito exclusivo de personas, entendiéndose, más serenamente, que la decisión española, suponía el final del aislamiento a que había sido sometido el Peñón.
Aparte del reencuentro entre dos comunidades separadas durante largos años, el sector empresarial gibraltareño, comenzó a valorar lo que supondría la entrada de trabajadores provenientes de la comarca, tal como había ocurrido hasta el cierre.
En 1969 la fuerza laboral española había sido sustituida por obreros marroquíes y desde el principio se venía padeciendo un importante absentismo laboral. Asimismo, el alojamiento de estos trabajadores en la colonia presentaba un estado deplorable.
De otro lado, Felipe González, flamante presidente español, declaró que un acuerdo de defensa que permitiera al Ejército español el control sobre el Estrecho de Gibraltar, “estaría en línea con los intereses de España y podría hacer más fácil y justificable la permanencia en la OTAN”. En ese momento el Partido Socialista era contrario a la Alianza Atlántica -postura que cambiaría posteriormente- y desde el gobierno se pensaba que el paso dado por Madrid permitiría una resolución favorable en el contencioso de Gibraltar. No fue así y las reclamaciones españolas -amparadas por las resoluciones de la ONU- continuaron paralizadas.
Tras distintas fases e iniciativas en las relaciones transfronterizas -dependiendo del color del gobierno de Madrid-, en la actualidad, una vez separado Reino Unido de la Unión Europea, y con ello el territorio de Gibraltar, aún no se ha cerrado un acuerdo para establecer el nuevo estatus.