Jueves, 30 de Noviembre de 2023
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Desde el Campo de Gibraltar a la batalla naval de Santiago de Cuba

  • Dibujo de la época sobre la batalla de Santiago de Cuba
    Dibujo de la época sobre la batalla de Santiago de Cuba
    Historia

    Fue uno de aquellos marinos que se enfrentaron a la potente escuadra estadounidense en la bahía de Santiago. Y en esa lucha desigual y hasta suicida perdió la vida el sanroqueño, alférez de navío, Francisco Linares Villalta.

    La explosión fortuita del acorazado norteamericano Maine en la bahía de La Habana, el 15 de febrero de 1898, fue el desencadenante de la intervención directa de Estados Unidos al lado de los independentistas cubanos, culminando el proyecto imperialista norteamericano, diseñado unos años antes.

    El final de siglo marcaba también el finiquito de los restos de lo que fuera el Imperio español. El presidente del Gobierno Cánovas del Castillo, artífice de la Restauración, había sido asesinado y el reinicio de la guerra de Cuba dos años antes, convulsionaron la vida española.

    La imagen del soldado harapiento que volvía enfermo de la guerra, después de producirse lo que en España se llamó el «Desastre», puso fin al coro patriotero que había vuelto la espalda a la realidad. Era la imagen de lo que habría de plasmarse en una conciencia intelectual: la Generación del 98 y la idea del «problema de España».

    En las ciudades de la comarca funcionaban oficinas de las llamadas asociaciones mutuas para la redención del servicio militar previo pago de 1.500 pesetas. En San Roque, La Ibérica tenía su despacho en la calle Francisco Tubino 17, y La Andalucía, en la Fonda Carmona. Muy pocos podían acogerse a esta medida discriminatoria. El Ayuntamiento socorría económicamente a los mozos que marchaban a Cuba. Una peseta fue la cantidad que concedió a cada uno de doce de estos jóvenes, hijos de familias humildes.

    En el semanario local El Progreso, el Partido Republicano ya había dejado claro en 1896 su oposición  a la redención del servicio militar a través del pago de una cantidad de dinero. El 21 de agosto, escribía: «La Restauración, que sólo por los poderosos vela, que sólo por ellos trabaja, no hará nada que tienda a igualar a los ciudadanos ante los sacrificios que exige el honor nacional. Sólo la República, que tiene por ideal la justicia y no a determinada clase, pondrá en alto lugar el amor maternal de las madres pobres y de las madres ricas, pues para ella pesan tanto las lágrimas de unas como las de las otras».

    No era el caso del marino Linares Villalta, cuya familia era de tradición militar, habiendo ingresado en la Escuela Naval con diecisiete años. Su trayectoria, pese a su juventud, era amplia y contaba con gran experiencia.

    En ese marco se produjeron las batallas navales de Cavite (Filipinas), donde la flota estadounidense al mando de Dewey, hundió la dirigida por el almirante Montojo. Y poco después la de la bahía de Santiago de Cuba, en la que la del almirante Samson y el comododor Schey, con sus potentes acorazados, realizaron un verdadero ejercicio de tiro al blanco con la escuadra española del gaditano Pascual Cervera.

    La flota española estaba formada por los navíos Infanta María Teresa -buque insignia donde prestaba servicio Linares Villalta-, Vizcaya, Cristóbal Colón, Oquendo, Plutón y Furor.

    Arribó a Santiago de Cuba el 19 de mayo y el 23 de junio quedó bloqueada por la norteamericana. Ante la manifiesta inferioridad, el almirante español apostó por permanecer en el puerto con la intención de reforzar las defensas de la ciudad. A bordo del barco, donde tenía su puesto de mando Cervera, el alférez Linares Villalta celebró su veintinueve cumpleaños. Un momento para pensar en su familia, en su prometida y, sin duda, en su tierra. Y unas horas para evadirse de la enorme presión





    ejercida desde España, donde se conminaba continuamente a salir a combate.

    Así, obedeciendo las órdenes del capitán general de Cuba Ramón Blanco, el 3 de julio se aprestó a la salida, una acción que obligaba a los barcos a enfilar la bocana de uno en uno.

    Cervera había desechado con anterioridad la idea de Fernando Villamil, jefe de la escuadrilla de destructores -las naves más rápidas y de las que él era el inventor-, para desplazarse hasta la costa este de Estados Unidos y bombardear los puertos, sobre todo Nueva York, que se hallaba desprotegido. La maniobra tenía  como objeto obligar al repliegue de la flota enemiga para defender sus ciudades.

    Y a la hora de intentar la ruptura del bloqueo hizo lo propio con la propuesta del jefe del Estado Mayor de la escuadra, el capitán de navío Joaquín Bustamante, que planteó hacerlo durante la noche con los destructores Plutón y Furor por delante para hacer todo el daño posible a los navíos enemigos.

    Convencido de la derrota, el almirante español salió a plena luz del día, a las 09:35 horas. El primero, el buque insignia, con Cervera a la cabeza. La intención era alcanzar el USS Brooklyn, el buque más rápido de la flota enemiga.

    La totalidad de la escuadra sucumbió con un desigual balance. Por parte española -aunque se manejan diferentes números- hubo 343 muertos, 197 heridos y 1.889 prisioneros. Los americanos contaron un muerto y dos heridos. No perdieron ningún barco.

    El propio Cervera, que había salvado la vida a nado, fue hecho prisionero. Los norteamericanos reflotaron el buque insignia español para trasladarlo a su país, pero en el transcurso de la travesía, a causa de un temporal, el cable se rompió, hundiéndose de inmediato.

    Cervera había sido un claro opositor a la guerra en Cuba, guerra que daba por perdida y que sólo costaría vidas «víctimas del clima y de las balas, defendiendo un ideal que sólo es romántico».

    En el parte redactado por el marino confirmaba su intención de acabar con el Brooklyn, pero el insignia español recibió un proyectil que le rompió un tubo de vapor auxiliar, perdiendo velocidad, siendo cañoneado de manera continuada por dos de las unidades enemigas.

    Señalaba el almirante que «el aspecto del buque era imponente porque se sucedían las explosiones y estaba para aterrar a las almas mejor templadas (…) Nosotros lo hemos perdido todo, llegando la mayoría absolutamente desnudos a la playa».

    El propio almirante citaba a Linares Villalta, cuyo cuerpo jamás fue rescatado. En 1917 el Ayuntamiento de San Roque dio su nombre a una calle, perpetuando la memoria del joven oficial.