Héctor Vinent alcanzó el grado de sargento

Probablemente sea el único caso, o al menos conocido públicamente, y de manera casual por un periodista de la época. El gibraltareño Héctor Vinent ingresó en la Legión Española y alcanzó el grado de sargento.
El corresponsal en Gibraltar del diario madrileño La Libertad, el gibraltareño Héctor Licudi, autor posteriormente de la novela Barbarita, publicó una información en dicho periódico el 27 de febrero de 1924, donde daba cuenta de una carta recibida en la dirección del diario, fechada en Ceuta y firmada por el mencionado Héctor Vinent.
Al leer la carta el periodista reconoció al joven paisano, antiguo empleado de la Caja del Arsenal durante los años de la llamada entonces Gran Guerra –I Guerra Mundial–. Era una carta cordial y sincera y, por supuesto de admiración hacia el cronista, del que seguía sus columnas de manera habitual.
Según la manifestación del legionario “azares de la vida” le hicieron ingresar en el Tercio. Reconocía el periodista que tras hacer memoria pudo dibujar la figura del joven paisano. Y esa carta y el recuerdo del muchacho dio pie para que Licudi publicase el artículo “Un legionario calpense”.
Recordaba el redactor a un “muchacho serio, correcto, fino, que me expendió más de una vez el billete para Algeciras. Aquel empleado amable, un poco pensativo siempre, del Almirantazgo, que gastaba su energía mental en la diaria labor ardua de un Departamento como el de la Caja, durante los años de la guerra, en los que los talleres del Arsenal emplearon a miles de hombres, era, pues ¡un legionario!”.
En efecto, el sargento legionario había sido también expendedor de billetes en el muelle comercial de la Compañía de Ferrocarriles Andaluces para los vapores de Algeciras. Una vida en su tierra natal que no olvidaría y que las crónicas de su paisano periodista le hacían evocar.
Esas crónicas le llegaban a emocionar, como una de las últimas publicadas, referida a la Navidad: “Chrismas Cards”, que le trajo recuerdos de su vida calpense.
Aunque Licudi reconocía que Vinent fue tan sólo un “conocido” en tiempo pasado, ya se había tornado en algo más importante: “el afecto de este legionario tiene para mí la gracia melancólica de la amistad verdadera que nunca conocimos”.
Esa idea romántica existente en la época, que muchas veces se cernía sobre los hombres que rompían con su vida anónima para dar un giro total, provocaba la pregunta del informador en su artículo: “¿Qué secretos móviles, que ansias de andar o de ser, empujaron a Vinent hacia las filas románticas de la Legión Extranjera de España? (…) Héctor Vinent, callado y genial, bravo y artista: ¿Qué secreto es el tuyo? ¿Qué dolor acalló tu alma cuando te decidiste a ofrecer tu sangre a la querida España?”.
Algo que sorprendía al periodista era que Vinent hubiese alcanzado el grado de sargento, un ascenso nada fácil para dicho cuerpo militar. Ello venía a demostrar la “ilustración” del mismo, según escribía.
El artículo “Un legionario calpense” comenzaba aludiendo a esas personas que “presencian demasiado apaciblemente el transcurso de los años. Que en vez de pasar sobre la vida, digiera que gozan con que la vida pase por ellos”. Sin embargo, en un momento dado, añadía, sorprenden con un gesto inesperado y decisivo.
Ese sujeto que decide romper con lo anterior, con una existencia monótona, era comparado por Licudi con el hombre “que jamás saliera de su pueblo, y que será capaz ahora de recorrer más mundo que un mercader asiático”.
Lo era el legionario Vinent: “un Quijote, atado al yunque deprimente de un escritorio”, que dejaba volar su pensamiento “en las tardes agobiantes de la oficina”. Hasta que emprendió el vuelo. “Ahora me explico aquella sonrisa escéptica, de suprema consciencia dominante, que de cuando en cuando arrugaba su rostro moreno”, escribía Licudi.
No obstante, el periodista se sentía convencido que, “sobre aquella gran tristeza de su vida, sea la que fuese, Héctor Vinent dio, con éxito, un salto mortal”.
De otro lado, la Legión tiene un cierto vínculo histórico con la comarca, pues el primer alistado fue Carlos Espresati de la Vega, nacido en San Roque en 1888, y como tal está recogido oficialmente. Asimismo, el creador de esta fuerza, Millán Astray, estuvo destinado en el cuartel de esta ciudad, donde redactaría el libro La Legión.
Millán Astray se incorporó al regimiento Pavía nº 48 en enero de 1923, después de ser cesado en el mando del Tercio de Extranjeros y pasado a la situación de disponible forzoso.
En San Roque se hizo cargo del tercer batallón, que hasta entonces ostentaba el comandante José Puig García, que llevaba destinado en dicha unidad desde 1919. Los caminos de ambos militares serían bien distintos al producirse la guerra civil. Puig se mantuvo fiel a la República y murió en la lucha, mientras que el fundador de la Legión formaría parte del ejército sublevado.