
Cuando sonaban la sirenas de las defensas antiaéreas y se encendían los reflectores, Juan Mateo, no lo dudaba ni un momento. Para él y para otros muchos vecinos, que lo hacían desde las terrazas de sus casas, era un espectáculo ver a los hidroaviones italianos volar sobre la bahía. Sin embargo, prefería hacerlo desde el Mirador de Los Cañones, en lo más alto de San Roque, donde una extraordinaria vista de la bahía, constituía un lugar privilegiado para seguir las evoluciones en el aire de los llamados “chivatos”, los aviones de reconocimiento que Mussolini enviaba a Gibraltar para allanar los ataques que habrían de venir posteriormente. España había salido de una guerra civil, pero la II Guerra Mundial comenzaba a sentirse muy cerca.
En más de una ocasión escuché de su boca aquellas historias y de cómo desde el Peñón se trataba de dar caza a las naves, que irrespetuosamente invadían el espacio aéreo español. En la cercana calle Francisco María Tubino vivía un oficial del Regimiento Pavía, con sede en la ciudad, y éste se encargaba, valiéndose de unos prismáticos, de seguir los acontecimientos para luego informar a sus superiores.
Pero como si de un serial bélico se tratase, los capítulos fueron avanzando, haciéndose cada vez más peligrosas aquellas incursiones por aire. Primero fueron los franceses, que tras ser derrotados por los alemanes, vieron como sus aliados británicos destruían la escuadra gala refugiada frente a Orán. Aquella masacre de quienes fueron aliados llevó a la respuesta francesa con un ineficaz bombardeo del Peñón, pues la totalidad de las bombas se perdieron en el mar. Aquel anticipo del 5 de julio de 1940, daría paso a ataques masivos de los aviadores franceses los días 24 y 25 de septiembre, en respuesta a un nuevo bombardeo de los ingleses del resto de la flota francesa refugiada en Dakar. Hubo seis muertos y doce heridos, siendo derribado tres aviones.
Y entre ambas acciones de la Francia de Pétain, los italianos no faltaron a la cita. El 18 de julio tres aparatos Savoia-Marchetti-82, que habían despegado de Guidomia, en la provincia de Roma, trataron de alcanzar objetivos militares en la colonia con bastante desacierto, pero dejando cuatro muertos, tres de ellos civiles, y varios heridos. Unos días más tarde se produjo un nuevo bombardeo. Como en la vez anterior, tres aviones de la misma serie que, en esta ocasión, habían partido desde Cerdeña, dejaron caer su carga de fuego, pero sin mejorar la puntería. Los proyectiles cayeron dispersos y los grandes puntos militares no sufrieron daños de importancia. Nuevamente fue la población civil la sufridora con dos muertos y una veintena de heridos.
La muerte había dejado de ser una posibilidad en una bahía abierta a la guerra. Las incursiones de la aviación italiana estaban cada vez más cerca de La Línea. Y el fatal suceso tuvo lugar al verano siguiente, cuando la villa se aprestaba a vivir su feria, la primera tras la finalización de la guerra civil. En la madrugada del 12 de julio de 1941, un avión Savoia-Marchetti-82, esta vez con bombas más potentes, buscaba sus objetivos en los barcos mercantes anclados en el puerto gibraltareño.
La precipitación del piloto o quizás la acción desfavorable del viento, o simplemente el temor a ser derribado con el letal cargamento, hizo que arrojase las tres bombas que portaba sobre La Línea. Por fortuna, dos de ellas quedaron incrustadas sin explosionar en la arena de la playa de Poniente, mientras que la tercera cayó sobre las viviendas de la esquina de las calles Duque de Tetuán y López de Ayala. Murieron cinco personas: Joaquina Morilla Vega, Julia Rojas Torres, José Luis Valdés Díaz y los hermanos María y Tomás Caballero Hidalgo. Asimismo, se produjo un número importante de heridos de distinta gravedad.
Durante los tres días siguientes volvieron los bombardeos sobre Gibraltar. En el del martes 15, las bombas fueron a caer sobre el término de San Roque, pero esta vez en lugares deshabitados. Los ataques aéreos se reprodujeron hasta julio de 1943, teniendo más un fondo propagandístico, que un verdadero fin militar.
Al final de la contienda, ya establecido el régimen democrático en Italia, el gobierno de aquel país indemnizó a España con 250.000 dólares por los daños causados en vidas y propiedades en el período de la II Guerra Mundial. En realidad, dicho abono se consideró a cuenta de la deuda contraída por Franco con la Italia de Mussolini por la ayuda de éste en la guerra civil española.
Las acciones de guerra observadas desde el mirador de Los Cañones finalizaron. Y Juan Mateo anotó el último avión derribado en su pequeño cuaderno. Aunque lo guardaba celosamente, en una ocasión, me dejó leerlo.