
Cuando fuera de la comarca los niños del Campo de Gibraltar decíamos mebli en vez de canica o liquirbá en vez de regaliz, el resto de compañeros se sorprendía de aquella forma de hablar, que no acertaban a comprender. Era el habla peculiar de una zona muy especial, marcada por el mestizaje idiomático propio de la frontera. La singularidad de esta situación geográfica, acentuada aún más por la cercanía de África, hacía de la zona un punto cosmopolita, una isla de culturas diferentes que no era habitual en la España de entonces.
El andaluz de esta tierra más meridional se veía enriquecido con las aportaciones del habla proveniente del cruce de los idiomas inglés y del natural de esta parte de la Bética.
El cierre de la frontera, en 1969, produjo en la colonia una situación de rechazo que llevó a la marginación del español como idioma, quedando terminantemente prohibido en las escuelas. Incluso desapareció la prensa escrita en el idioma de Cervantes, como fue el caso del diario El Calpense, que como ya escribí en otro momento, llevaba a gala en su cabecera ser el primer periódico gibraltareño de habla hispana.
Todo ello cuando el español llegó a ser la primera lengua, como ya recogí en otro trabajo sobre la preferencia de los vecinos de Gibraltar hacia los médicos españoles en relación a los británicos, petición que se amparaba, en buena medida, porque la inmensa mayoría de los habitantes de la colonia no hablaba inglés.
Tras el cerrojo de la frontera se continuó hablando español, o para ser más exacto andaluz, en el ámbito familiar. No hay que olvidar los vínculos familiares que existían, principalmente entre La Línea y el Peñón, así como la persistencia en el tiempo de su uso.
En cualquier caso, esa mezcla idiomática a la que me refería al principio ha desaparecido en el Campo de Gibraltar, o es simplemente residual entre las generaciones más veteranas. A este respecto, es evidente que el campogibraltareño habla el andaluz occidental marcado por el ceceo.
Por tanto, yo destacaría la existencia de dos derivaciones idiomáticas, que convivieron largo tiempo: la campogibraltareña, modo español-andaluz enriquecido con la introducción de palabras provenientes del inglés por la influencia británica de la colonia, adaptadas y flexibilizadas por la cultura popular andaluza, más ostensible en las ciudades de La Línea y San Roque. Y otro gibraltareño, muy peculiar, mezcla de distintos elementos, con preponderancia del inglés, y construcciones parecidas al spanglish. Si bien, no estamos ante un habla marginal, dado el uso aceptado a todos los niveles de la sociedad local. A mi forma de entender, el habla del Peñón no evolucionó, y constituye hoy un andaluz especial, diferente al habla andaluza del Campo de Gibraltar. En ambos casos, es evidente que se trata del producto de lenguas diferentes que actuaban por contacto en los dos sentidos.
Este fenómeno ha llamado la atención de los estudiosos, apareciendo distintas publicaciones que abordan el tema. Libros como El habla del Campo de Gibraltar, de Sebastián Montero; Diccionario yanito, de Tito Vallejo, o El habla de San Roque, de Antonio Pérez Girón, son algunas muestras de ese interés.
De otro lado, restablecidas las relaciones con la apertura de la verja en 1982, aún sin ser el español un idioma desprestigiado, sí continuó proscrito en los círculos oficiales. Del mismo modo los gibraltareños más radicales encuentran en el rechazo al idioma hispano un elemento de su identidad, como puede ser la propia existencia de la frontera, levantada por los británicos y tenida en Gibraltar como elemento diferenciador.
Sin embargo, la realidad se impone, y el trasiego en ambos sentidos de la denominada verja, hace que el español, en este caso en su versión andaluza occidental, sea inevitable para un territorio que no puede desgajarse de su vecino inmediato. Negar lo que para muchos habitantes del Peñón es el idioma materno podrá hacerse en el estamento oficial, pero nunca a nivel popular ni tan siquiera comercial cuando esta actividad se realice a través de la comarca.
En este sentido, el gibraltareño haría bien en reconocer que el mantenimiento del español enriquece su acervo cultural, y que en nada perjudica al mismo, pues es parte ineludible de su cultura. Aparte de ello, el bilingüismo permite ensanchar los niveles de comunicación y es una realidad dentro de la diversidad.