
Para muchos la bandera es una de las expresiones máximas de una nación, para otros no es más que un símbolo representativo de un territorio y, para algunos, no deja de ser un simple objeto. Sin embargo, en ocasiones, de la noche a la mañana, puede transformarse, en una posibilidad de salvar la vida. Muchos ejemplos hay a lo largo de la historia que dan fe de ello.
Guardo entre los recuerdos transmitidos oralmente de generación en generación, la historia de cómo la casa de mis antepasados paternos, en la calle Nueva, fue respetada por el ejército francés cuando en una de sus incursiones en San Roque, procedió al saqueo de los hogares. De un viejo baúl, que de niño mi padre llegó a conocer, fue sacado el pabellón genovés y colocado en la ventana de la casa. Génova había sido ocupada por los franceses, que tras crear la República de Liguria, pasó a anexionarse el territorio, perdiendo la soberanía establecida en el siglo XI.
Aquella humilde vivienda fue respetada por los invasores, que sometieron a los sanroqueños a enormes penalidades, tal como recogió el cronista Lorenzo Valverde: «de esta suerte de sustos y tribulaciones sufrieron nuestros vecinos muchos días. Unas veces venían los franceses y sacaban lo que podían. En otras ocasiones, para hacer su campamento en la loma o cordillera que hay desde la Cruz del Padre Ventura hasta el Castillón, arrancaban las puertas de las casas que estaban vacías, que eran muchas y se las llevaban, lo mismo que las mesas, baúles arcas, platos etc ».
En la casa fueron acogidos algunos vecinos de la calle, hasta que las tropas enemigas partieron de la ciudad.
Existen otros casos donde la bandera fue determinante para la consideración hacia los civiles en tiempos de guerra. En otro momento me referí a la extraordinaria incursión del general carlista Miguel Gómez Damas en el Campo de Gibraltar (Ver en este medio «Los tesoros que el general carlista Gómez quería guardar en Gibraltar»).
Las tropas carlistas alcanzaron San Roque el 21 de noviembre de 1836, subiendo a través de la calle La Cruz. Los soldados, que habían cruzado todo el territorio peninsular, gritaban «¡Viva la Religión! ¡Viva Carlos Quinto!» (así se proclamaba Carlos María Isidro de Borbón, primer pretendiente tradicionalista al trono de España). Si bien, la inmensa mayoría de la población local era contraria a este movimiento, algunos individuos mostraron su adhesión a los rebeldes.
Cercanos a la calle Málaga un vecino salió al encuentro de los oficiales carlistas, enarbolando el estandarte de la facción, también conocido por la «Generalísima», por llevar bordada la imagen de la Virgen de los Dolores.
Y ese hecho lleva a un conocimiento histórico más profundo. Hubo, en una ciudad especialmente liberal, como la que nos ocupa, determinados elementos comprometidos con un movimiento con poquísimo arraigo en Andalucía.
De esta manera, en esta primera de las tres contiendas dinásticas, el vecino conocido como don Antonio capitaneó una partida de carlistas que combatió en la zona. El 15 de enero de 1835, fue dispersada por un grupo de las Milicias Urbanas de Tarifa. El guerrillero fue enviado preso a Ceuta, junto con varios de sus hombres. Desde allí el Ayuntamiento exigiría al de San Roque el pago de los gastos de socorros y estancia en el hospital de don Antonio, mediante un escrito enviado cuatro años más tarde.
También tuvo ramificaciones en el Campo de Gibraltar del alzamiento frustrado de generales carlistas en Andalucía, en la primavera de 1835. El administrador de Correos de San Roque, Antonio Gil, tenía controlada la correspondencia de sospechosos carlistas de la comarca, lo que permitió varias detenciones. Curiosamente, entre los detenidos, se hallaban algunos empleados de la citada oficina, incluyéndose entre ellos al interventor y al oficial de la misma. Sin embargo, el anónimo vecino que saludó a sus correligionarios, no pudo ser capturado. Marchaba ya con las tropas del general Gómez.
Finalmente, un caso que afectó a una familia gibraltareña, y del que daba noticia Belén López en la revista Alameda. Natalio Olivero, comerciante del Peñón dedicado al abastecimiento de barcos, adquirió en 1932 una finca rural en San Roque, a la que en recuerdo de su madre Margaret Patiente Benney, dio el nombre de Santa Margarita. Hoy esta zona, debido al crecimiento de la ciudad, se encuentra a pocos metros de la misma. La familia había encontrado en San Roque el lugar idóneo para vivir. Y en esta casa residía cuando se produjo la guerra civil. El Campo de Gibraltar, cayó de inmediato en el bando de los sublevados, pero vivió diferentes episodios bélicos y actividades represivas que se saldaron con un número importante de víctimas. Entre las primeras viviendas que avistaron las tropas regulares trasladadas desde Marruecos, y que desde Algeciras habían avanzado hasta San Roque, figuraba Santa Margarita. Natalio Olivero izó sobre en el tejado una bandera de Gran Bretaña. Por el lugar pasaron los marroquíes que al entrar en la localidad saquearon diferentes viviendas y fusilaron a un número importante de vecinos, pero que en todo momento respetaron la casa de Olivero. El vecino gibraltareño, enamorado de la ciudad, compraría más tarde varios inmuebles en mal estado de la calle Francisco Tubino, donde levantó la casa-chalet conocida por Bellavista, donde residió hasta su fallecimiento en 1974, y donde actualmente viven sus herederos.
Claros ejemplos en la historia común de la comarca, donde una bandera a tiempo, pudo evitar males mayores.